Así como existe un extendido consenso en torno al carácter mentecato de Camilo José Cela -y Marina Castaño sería una de las muchas pruebas irrefutables-, es costumbre redimirle a continuación apelando a su indiscutible condición de gran literato. En el caso de la industria cinematográfica española, los márgenes no existen. Si Bardem es un rojo esto implica también su condición de pésimo actor, lo cual siempre es mejor que ser tildado de gran actor porque esto último se asocia a la condición de evasor fiscal. El patriota español ama a España con la misma intensidad que odia lo español. Cuando se proclama en medio de grandes aspavientos que “el cine español es una mierda” se está parafraseando el “España una, no cincuenta y una”. Si alguna característica define al cine español es su pluralidad, pero este es un adjetivo cuya utilización está circunscrita a la descripción de la sociedad vasca cuando se trata de glosar sus resultados electorales, una forma como otra cualquiera de soslayar qué opciones son las mayoritarias y cuáles no lo son. En cuanto al carácter hipersubvencionado de los hacedores de películas, cabe preguntarse qué sector económico no lo está, exceptuando los partidos políticos, claro, extrañamente esponsorizados por las empresas de la construcción. Dicho de otra forma: la Academia de Cine es una ONG en comparación con la CEOE, en sus mejores días una orden mendicante, en los peores, una banda organizada. Por lo demás, en efecto, la gala de los Goya es excesiva en su metraje. En este sentido, ayudaría mucho que, en lugar de hablar de hospitales y escuelas, los galardonados se atuvieran a la fórmula empresarial de “espero devolver a la sociedad una parte de lo que me ha dado”, frase que pese a ser estrictamente cierta, suele acogerse con una gran ovación por parte de los comensales.