Cada vez que una empresa de estudios demoscópicos llama a casa para someterme a su exhaustivo interrogatorio, todo se tuerce en el momento en el que me pregunta a cuál fue la opción política a la que voté en las últimas elecciones. A pesar de mis súplicas para que no hurge en la herida y me permita seguir profundizando en el olvido, insiste tenazmente. Acabo cediendo, pero en represalia, a partir de ese punto, ya lo único que obtiene de mí es una sarta de mentiras.

Suelo deslumbrar al sondeador con mi minucioso conocimiento, no sólo de cada partido político que concurre a los comicios, sino incluso con la lista de sus cinco primeros candidatos. En realidad, se trata de un mecanismo de autodefensa: me aprendo sus nombres para no acabar votándoles por un despiste.

A diferencia de las formaciones políticas en los que algún día deposité mi confianza, las únicos que jamás que me han defraudado son aquéllas que nunca la obtuvieron. Siempre me arrepiento en lo más profundo del sufragio que otorgué a cualquiera de las nada seductoras siglas que conforman la amplia oferta parlamentaria. En cambio, jamás me he arrepentido de no haber apoyado a alguien. Me consuelo pensando en que votar a alguien también implica siempre hacerlo en contra de alguien.

Este último fin de semana de campaña electoral, los medios de comunicación publican sus encuestas. Detrás de todas ellas hay un doble gran trabajo: primero, conseguir que el resultado sea el apetecido por la empresa contratante; después, lograr que éstos parezcan un calco de los definitivos, por más que no coincidan ni en lo más remoto-.

Más conscientes que nadie de que la gente miente como bellacos y de que sólo con un margen de error de más / menos cien podrían tacharse de científicos sus estudios, tropas de sociólogos se cubren las espaldas de antemano anunciando que lo suyo no son los pronósticos, sino los diagnósticos. “Ofrecemos una foto de la carrera, no su imagen final”. Cierto. Una “foto de la carrera”, precisamente, de la única en la que el dopaje se sustituye por el photoshop, mucho más difícil de detectar en el laboratorio.