1) ‘El aporreador’: se trata de una figura que si bien siempre ha estado presente entre nosotros bajo la denominación común de ‘pesado’, estos años ha experimentado una suerte de impulso emergente que le ha convertido en ubicuo. A menudo, funciona en parejas. Su comportamiento consiste básicamente en aprovechar cualquier trayecto en autobús para localizar entre los viandantes a algún conocido, amigo o familiar, siempre incauto, y aprovechar el momento para aporrear el cristal del vehículo con gran estrépito hasta que el interpelado peatón se da por aludido, cosa que no siempre acontetece. En ocasiones, acompaña la percusión de alaridos para dar más empaque a su reclamo. Influenciado tanto por los tambores de Calanda como por los animales de cualquier zoo común.
2) ‘El localizador’: desarrolla su molesta actividad con la ayuda del móvil en cualquiera de sus variantes, tanto básicas como de última generación. Cualquier trayecto, por reducido que sea, le sirve para llamar compulsivamente a por lo menos la mitad de su agenda, dado que su conversación se reduce a la fórmula “Hola, estoy en el bus. Y tú, ¿dónde estás?”. Algunos estudiosos aseguran haber avistado ejemplares capaces de simultanear las llamadas con el envío de mensajes SMS y la escucha de música, aunque los antropólogos más optimistas se niegan a dar crédito a este horror.
3) ‘El Pasmarote común’: este individuo se caracteriza por saltarse la fila de gente que espera la llegada del bus para, una vez plantado frente al conductor y con las piernas bien abiertas de forma que impida que ser sorteado por usuario alguno, empezar a probar sin éxito sus distintas tarjetas de Bonobus en todos los dispositivos, obteniendo el molesto pitido que anuncia el fracaso como único resultado. Finalmente, suele pagar en metálico, aunque aún se demora un par de paradas explicándole al conductor que “qué extraño, porque siempre tengo saldo”.
4) ‘El Pasmarote de pasillo’: su extenuante vida social es us perdición. En su caso, la humanidad se divide en dos grupos: los íntimos amigos y los absolutos desconocidos. Este sociópata siempre encuentra ejemplares del primer grupo en el autobús, lo cual le obliga a permanecer de pie, taponando el pasillo, mientras da cuenta de los últimos acontecimientos acaecidos en torno a su persona y a las de cuantos conocidos comparte con su interlocutor, que habitualmente viaja cómodamente sentado. Suele reaccionar con hostilidad a cualquier requerimiento dirigido a lograr que franquee el paso.
5) ‘Los niños de la cuerda’: un clásico del purgatorio colectivo. Suficientemente glosado durante años en este blog, baste con recordar algunas de las recomendaciones más últiles: no sentarse en el fondo del autobús -lugar por el que esta tribu siente predilección-, no establecer contacto visual con ninguno de los componentes de la horda -tienen la facultad de oler el miedo, lo que les impulsa a ensañarse con el amedrentado- y no emitir señal alguna que pueda ser interpretada como complacencia hacia su lacerante repertorio, que interpretan con idéntico ardor en las dos lenguas oficiales de la Comunidad Autónoma. ‘Los niños de la cuerda’ son hijos únicos decididos a compartir su soledad, desbordan energía y tiran por tierra todas las teorías sobre las bondades de una buena formación cultural, dado que su salvajismo se mantiene en niveles estables tanto si van a la playa como si vuelven del museo.