“Todas las familias felices se parecen; sólo las que han sufrido una desgracia tienen un perfil propio”. Si hay algo de cierto en la sobada cita de Tolstoi que abre ‘Ana Karenina’, España ya puede presumir de conocer el nombre y apellido a su tragedia: Prima y de Riesgo, respectivamente.
Me gustaría decir que es de los ‘Primo’ de toda la vida, pero mentiría: es de los ‘Riesgo’ de siempre. Por otra parte, siendo al revés, es posible que nuestra situación tampoco mejoraría de forma notoria : baste recordar las históricamente relaciones conflictivas que mantenemos con los hijos de nuestros tíos, dicho sea en recuerdo de José Antonio y Pilar, que se anunciaban como Primos de Rivera, pero acabaron siéndolo de todos los demás, malgré nous.
Ahora, cuando ya nos creíamos descendientes de una pareja de hijos únicos, aparece la inesperada visita estival de la Prima de Riesgo, que amenaza con reducir nuestro ya maltrecho hogar patrio en un erial. La Prima muestra un apetito notable ya que devora todo lo que toca, pero su hiperactividad comienza a exasperar. Madruga en los mercados asiáticos y trasnocha en Wall Street, un círculo infernal en el que ya no se sabe cuál es la ‘rave’ y cuál el ‘after. Entre una cosa y otra, se dedica a devastar cuanto encuentra a su paso, habitualmente, nuestras humildes personas.
Su comportamiento mantiene unas pautas fijas e inalterables: es errático e impredecible. Lo mismo amanece agitada y tras una mañana de pesadilla se relaja después de comer, que desayuna lánguida y se solivianta en el almuerzo. Rara vez se despatarra en el sofá, pero cuando lo hace empieza acaparando el mando a distancia y termina quedándose con la tele. En sus mejores momentos, recorre el pasillo en triciclo, mientras repite con delite su palabra favorita: ‘batacazo’.
Su desorden hormonal ha convertido nuestras vidas en un centro de interpretación del desasosiego. Consultados los mejores economistas, todos confiesan saber con precisión qué impide el crecimiento y cómo se favorece, pero admiten su impotencia a la hora de identificar el factor determinante que lo desencadena. Nuestros hijos herederán la factura del desaguisado porque, a la espera de que se eche novio, donde hay una prima, suele haber uno o varios primos y todo apunta a que o somos nosotros o nos ha tocado hacer de tales. Para el caso, lo mismo.