Hay entrenadores que sólo saben ganar y otros que saben perder; los hay que saben perder y saben ganar, y también los que ni una cosa ni otra. Con Mourinho -en adelante, MouNiño- se inaugura una quinta categoría: los que tampoco saben empatar.

MouNiño es hijo único de nacimiento, una condición que se adquiere independientemente del número de hermanos que uno tenga. Bajo la apariencia de un existencialista, se esconde un gafe. El hombre cogió un Real Madrid neoclásico y lo convirtió en un equipo románico, lleno de muros, contrafuertes y pequeños ventanales con arco de medio punto.

Además, tiene la cualidad de contagiar la desdicha tanto a sus jugadores como a su afición. Anoche hubo momentos aislados en los que, en efecto, su equpo jugó como si tuviera un presupuesto muy por encima de los 200 millones de euros, pero cuando de ganar al Barça se trata, MouNiño es sinónimo de infortunio.

El prestigioso entrenador acumula récords. De hecho, ninguno ha perdido tantos partidos contra la Unicef, la FIFA, la UEFA y Aspace, pero como no se pueden decir las verdades y a MouNiño no hay quien le calle, envió a Karanka para que las dijera -y en su caso respondiera- en su nombre.

La pretemporada, según José, consiste en cabrearse a mediados de julio para luego ir dosificando el cabreo a lo largo de toda la temporada. Ayer se presentó en el Bernabéu  con el gesto inequivoco de quien lleva todo el verano mascando el mismo chicle y aún le encuentra un cierto sabor.

A pesar de todo, es un seductor y como tal, su discurso cautiva a cualquiera, siempre y cuando ya esté convencido de antemano. Es el santo
patrón de todos los ‘indignados’ del mundo, aunque ellos aún no lo
saben. Hoy, cuando el 15-M cumple tres meses de vida, MouNiño sigue
indignado porque no gana. Sabe el qué, pero ignora el cómo.