De la educación sentimental del rey Juan Carlos se ocupó el eviscerado generalísimo Franco, de ahí que ambos compartan idéntica falta de prevención antes sus respectivos yernos. Si el marqués de Villaverde perpetró sus tropelías económicas pertrechado tras su bata de médico- y aún hay quien le atribuye la autoría de las fotos del caudillo en agonía que Peñafiel adquirió por un desorbitado precio-, el duque EmPalma lleva tres lustros entregado al presunto saqueo de las arcas públicas disfrazado de marido de la hija del rey con más ausencias. Eran otros tiempos, no es que Urdangarín haya puesto al día la tradición chanchullera en torno a los jefes de estado españoles, tan sólo la ha exhibido de forma indecorosa, igual que antes lo hiciera su predecesor en el cargo, el letal cirujano.

Un año después de que acudiera a los Juzgados de Palma a lavar su honor, Urdangarín regresa mañana con el más modesto objetivo de salvar el culo. Parecida situación afronta el rey: treinta y dos años después de salvar la democracia en lo que se ha convertido en la operación más rentable de la historia de España, el monarca encara otro 23-F con el más mermado objetivo de no haber pronunciado aún su último mensaje de Navidad.

En una suerte de Cook & Fashion, Urdangarín volverá a completar el paseíllo ataviado con un traje de diseño inspirado en un plato que combina en su denominación las palabras ‘temblor’ y ‘huevo’. En contra de la doctrina Talegón -un apellido de inquietantes resonancias ahora mismo para el duque EmPalma-, el marido de la infanta no sólo refutará la teoría que apuntala la imposibilidad de atacar el sistema desde hoteles de cinco estrellas y vehículos de elevada gama, sino que demostrará que los dos son complementos imprescindibles ya que sólo es posible demoler las más altas instituciones del Estado descendiendo hasta su altura. En cuanto a la Justicia, en efecto, es igual para todos y desigual para todas, tal y como podrían certificar al alimón la infanta Cristina y la esposa de Diego Torres.