Dicen que el éxito de series como ‘Yo soy Bea’ radica en que uno puede sentarse en el sofá a mitad del episodio 873 y en quince minutos ya domina todas las claves de la trama. En el caso Balenciaga, sin embargo, un exhaustivo seguimiento del asunto desde sus inicios apenas garantiza nada.

Con todo, el desafío no estriba en comprender cómo ha funcionado el proyecto, sino en dar crédito a que esto fuera posible. Las conclusiones de la comisión parlamentaria confirman que estamos ante una comedia de puertas detrás de las cuáles siempre aparece Mariano Camio, a veces solo, a veces en compañía de otros.

El hecho de que este documento haya sido suscrito por todos los partidos a excepción del PNV ratifica la sospecha de que nuestra alcohólico aún no está preparado para reconocer que lo es y prefiere exhibir los informes médicos que recomiendan un vasito de vino en las comidas para justificar sus desayunos con Smirnoff.

En este caso, la estrategia del enfermo pasa, cómo no, por compartir -y en la medida de sus posibilidades, volcar- las responsabilidades con el Ministerio de Cultura, ente lejano y difuso, siempre disponible a la hora de asumir culpas.

Con todo, la Fundación Balenciaga se estudiará algún día en las Facultades de Derecho con el sobrenombre de Balenciega, tal ha sido el grado de invidencia, voluntaria o no, que ha demostrado ante documentos tan clamorosos como pueden ser los que acreditan dobles facturaciones por un mismo trabajo.

Sin embargo, y a pesar de todas las evidencias, no es descartable que el elevado nivel de complejidad que ha alcanzado embrollo alcanzado se traduzca en la impunidad de los presuntos responsables de este caso que, al menos en el terreno de la corrupción, certifica la superioridad guipuzcoana sobre Vizcaya. No hay que olvidar que la espesura del caso Balenciaga es incomparablemente superior a la del caso Guggenheim, y eso que el museo de Getaria aún está lejos de abrir sus puertas.