A falta de cumplirse los últimos trámites, parece que el Tambor de Oro que cada año concede el Ayuntamiento donostiarra como parte de los festejos del 20 de enero irá a parar en esta ocasión a manos de la Donosti Cup, el torneo futbolístico que cada verano reúne en San Sebastiána jóvenes futbolistas de todos los continentes.

1) A favor: en estos tiempos en los que la frase “voy a comprar el partido” no se refiere necesariamente al “pay per view”, el galardón distingue un evento que celebra la vuelta del fútbol al ámbito del juego inocente (bueno, más o menos). Además, la elección sitúa justo en el centro de la fiesta a los niños, los seres menos conscientes de la crisis -a excepción de los políticos-, con lo que la alegría abstracta parece estar garantizada.

2) En contra: se empieza galardonando un torneo y se acaba premiando una esencia. Hay que volver al ‘tambor’ personalizado. La omnipresencia tamborrera de Berasategui ha relativizado el compromiso festivo de los todos los premiados con posterioridad, pero hay que asumir que ni siquiera un colectivo podría rayar a tamaña altura. En esta ocasión, será difícil ponerle cara al premio, aunque el encargado de recoger el tambor será Iñigo Olaizola, alma mater del torneo. Quizás debieran habérselo concedido a él directamente.

Sea como fuere, la próxima edición de la Donosti Cup habría de sufrir una catástrofe para no mejorar la prestaciones de Cristina Garmendia, última premiada y que desde su paso por el Salón de Plenos del Ayuntamiento donostiarra aquel último 20 de enero, ha vivido un 2008 pelín sísmico.