Suelo ir con bastante frecuencia a un pueblo de Navarra a pasar el fin de semana. En el poco más de hora y cuarto que tardo en llegar me cambian tantas cosas…
Me encanta el silencio de la casa en que me alojo, un silencio penetrante y hasta sonoro porque me invita a quedarme sentada contemplando en silencio el paisaje. Un silencio surcado, ocasionalmente, por el precioso sonido de las campanas -y no eléctricas sino de volteo- de las varias Iglesias cercanas; las escucho y me dejan fascinada, como si oyera la melodía más cautivadora.
El olor a campo que impregna la casa aunque esté cerrada me hace respirar hondamente cuando entro en ella, ¡cómo me gusta ese olor a monte que me hace sentir como si volviera a casa! Abro todas las ventanas, contemplo las vistas…y voy corriendo al cuarto de baño donde asomo la cabeza por la ventana …y allí, en el alero del tejado, miro embelesada cómo las golondrinas han hecho varios nidos. Se asustan cuando me ven y se esconden en el nido esperando a que cierre la ventana para salir rápidas a volar. ¡Qué rápido vuelan y cambian de sentido!
Me gusta que haya pocos adornos en la casa, habitaciones despejadas de artificios que me hacen sentir la necesidad de hacer lo mismo en la casa propia. Paredes desnudas salvo algún sencillo cuadro e incluso las mismas bombillas colgando de los cables que están ahí desde no sé cuándo. No me importa, incluso me hacen gracia y me traen buenos recuerdos.
Dicen que las casas guardan las energías de quienes antaño las habitaron. Pero he llegado a la conclusión de que, en realidad, las casas son un reflejo de cómo uno se siente cuando está en ellas, así que como voy con el corazón abierto no me acuerdo de malos momentos que pude pasar. Se limpiaron.
Y qué decir de la gente. Vale que no vivo habitualmente ahí y que los cotilleos y habladurías son más frecuentes…pero a mí las vecinas me dejan un secador de pelo si me hace falta, me ayudan con la caldera que se ha quedado atascada de no usar y me hablan con una familiaridad que no la tengo en años con los vecinos de mi portal. Así que siempre vuelvo a casa y no por Navidad.
En la pescadería compro dos truchas y me regalan la tercera. Te dicen abiertamente que el sábado prefieren sacar el género y yo pienso que en la de mi ciudad no me regalan ni los buenos días. En fin, el carácter navarro es más abierto, campechano y espontáneo, de andar por casa, como a mí me gusta.
Estoy escribiendo todas las ventajas y pocas pegas. Sí, hay una…que el domingo me tengo que volver por donde he venido.
Caminamos…Belén Casado Mendiluze