El Maestro era una persona sabia para sus discípulos, pero a algunos de ellos
les sorprendía que su Maestro tuviera esos continuos dolores de cabeza que le
mantenían alejado de sus obligaciones diarias y recluido en su habitación.
Cierto día en que el Maestro paseaba relajado por el campo, ya recuperado de
su última jaqueca, un discípulo atrevido se acercó a él y le dijo:
-“Maestro, sé que está abierto a escuchar lo que un humilde discípulo como yo
le pueda decir, pero, muchos no entendemos que sufra físicamente:¿no será
una enfermedad psicosomática la que tiene con sus dolores de cabeza?”
El Maestro se quedó en silencio y continuó paseando junto a su discípulo hasta
que llegaron a un árbol frutal a cuyos pies se encontraban las manzanas,
maduras y pasadas, esparcidas por el suelo. Señalándoselas al discípulo, le
dijo: “cómete una de esas manzanas podridas que están en el suelo”.
-El discípulo sorprendido le respondió: “de ninguna manera, Maestro, esa
manzana sentaría mal a mi cuerpo y me pondría enfermo si la comiera”
-“De la misma manera, nadie osaría decirte que tuviste una enfermedad
psicosomática si te pusieras enfermo por comerla. Todo lo que expresa tu
cuerpo, con la mala salud, no siempre es producto de tu mente enferma sino
expresión de algo dañino que en el cuerpo está. Si sufro dolores de cabeza es
porque mi cuerpo no funciona bien aunque yo lo quiera curar. Vete y aprende a
no juzgar a los demás” –le respondió el Maestro.
Las enfermedades psicosomáticas quieren decir que la persona es mente y cuerpo. Si tocas uno de los dos, repercute inevitablemente en el otro: si la mente de la persona está alterada, su cuerpo también lo reflejará. Pero si es su cuerpo el que está enfermo, esa persona no puede estar ni con el ánimo ni la vitalidad habitual.
*Autora: Belén Casado Mendiluce
Caminamos…Belén Casado Mendiluce