Muchas veces pensé en este momento
en que te escribiera una carta.
Y ya entonces imaginándome tu ausencia
se me llenaban los ojos de lágrimas.
He llorado tu enfermedad
porque sentía cercana tu muerte,
pero cuando falleciste me invadió una tranquilidad
que serenó mi rostro y mi espíritu.
No te he perdido y me acuerdo de cuando me decías
que cuando te fueras estaríamos siempre juntas.
Siento tristeza por no volverte a ver
pero tu presencia permanece dentro de mi.
Contemplé tu cuerpo inerte
un cuerpo muerto que yo acariciaba y besaba
a modo de despedida,
pero tú ya no estabas ahí;
habias dejado una cáscara vacía
y tu presencia había ido a otro lugar.
No te he perdido, madre mía,
sólo has abandonado un cuerpo deteriorado
para ir a otra dimensión de la Conciencia
en la que vives plena y realizada.
La muerte no tiene la última palabra,
no cierra un capítulo de nuestras vidas,
no impone un manto de silencio y vacío
sobre nuestra vida.
En vida, al final, me sentí en paz contigo.
No tenía nada que reprocharte y
sólo me acordaba de los buenos momentos entre nosotras.
Era algo tan natural que no requería esfuerzo de mi parte.
No es un autoengaño de mi mente,
porque mi memoria recuerda nítidamente etapas difíciles
en las que no nos encontrábamos
porque íbamos por caminos diferentes.
Pero, al final, mi amor prevalecía hacía ti
y sólo quería decirte lo mucho que te quería
y escuchar de tus labios lo que me querías tú.
Sentir nuestros mutuos abrazos.
No me despido de ti, amatxo querida,
te tengo siempre, te quiero por siempre.
Caminamos…Belén Casado Mendiluce
belencasadomendiluce@gmail.com
www.psicologiapersonalizante.com
.