Dejar marchar una relación de pareja que no puede ser, dejar de empeñarse en una amistad que no cuaja, aunque lo intentemos mil veces, son maneras de decir adiós…un aprendizaje necesario e inevitable en la vida.
Nos despedimos calladamente del amigo que, por simples derroteros de la vida sigue diferentes caminos al nuestro, como aquel que forma una familia y se sumerge en la vorágine del trabajo sin tiempo para nada más, distanciándose del amigo que sigue viviendo solo.
Son despedidas como la vida misma, que se van dando poco a poco, donde “la distancia hace el olvido” y el poco trato consigue que se diluyan las ganas de estar y compartir. Se sufre menos aquí porque uno se va preparando con tiempo aunque cuesta admitir que lo de ahora ya no es como antes.
Pero hay otras despedidas abruptas, rupturas que uno no espera o sí intuye pero prefiere no ver. Esas son las que más duelen porque nadie quiere soltar a lo que se siente unido. Nos aferramos a que nos quieran, nos deseen o nos busquen cuando, simplemente…el otro ya no quiere.
E intentamos analizar la situación, buscar porqués que no los busca la persona que nos deja sino la dejada. “Quizás no le comprendí lo suficiente o no supe prestarle atención en un momento dado” nos decimos, cuando la única verdad es que el amor sólo no basta para mantener una relación y que por mucho que hagamos “encaje de bolillos” haciendo incluso alpinismo para compartir aficiones con mi pareja, no por eso me va a querer más.
Y cuesta no hacer nada, no coger el teléfono para interesarse por el otro, no darse nuevas oportunidades en la pareja que sólo nosotros deseamos, cuesta dejar que el tiempo pase en soledad, sin la otra persona a nuestro lado. Cómo cuesta “echar el freno de mano” cuando uno quiere arreglar las cosas.
Pero no queda más remedio que vivir y sentir la tristeza y el dolor de la despedida. Quisiéramos no tener que pasar por el mal trago, evitar el sufrimiento, pero lo que no se siente…no puede pasar. El sentimiento que no se vive no se puede transformar en otro más tranquilo.
Despedirse es aprender a “soltar” nuestras expectativas de cómo nos gustaría que fueran las cosas, de cómo creemos que tienen que ser, cuando la realidad se nos manifiesta como es por mucho que le queramos cambiar el rumbo.
No sólo nos despedimos de alguien sino, fundamentalmente, de una parte de nosotros mismos que nos impide avanzar en el camino. Es dejar las actitudes y pensamientos que nos hacen daño y a los que, inconscientemente, estábamos aferrados. Es descubrirme y encontrarme a mí mismo.
Caminamos…Belén Casado Mendiluze