–Hola Cristina. Me apetece mucho que hayamos quedado para charlar después de tanto tiempo que no nos veíamos ¿Cómo te van las cosas?
–Más o menos, Elena. Estoy preocupada por mis cosas pero bueno, confío en que vendrán tiempos mejores. Menos mal que podemos quedar para airearnos un poco. ¿Qué tal tú?
– El otro día me acordé de ti porque viendo el Telediario pensaba: cómo es posible que Cristina pueda creer en Dios cuando hay gente que se muere de hambre, cuando sale una mujer que le están lapidando y hay tantas injusticias en el mundo. No tiene sentido…
– Entiendo lo que dices pero a mí me parece que mezclas cosas. A mí también me entra indignación cuando veo cómo está el mundo pero pienso que es resultado de malos gobiernos o de hombres que actúan con crueldad. ¿Qué tiene que ver ahí Dios?
– A ver Cristina, ¿Por qué tu Dios te va a ayudar a ti si estás pasando por malos momentos y no a la mujer que viste con un burka y no pinta nada para su marido? ¿Por qué a ti sí y a ella no?
– Yo creo en un Dios para todos que conste Elena, no pienso que Dios exista sólo para los que hemos nacido en países con cierta riqueza y democracia. Pero no le puedes pedir a Dios lo que es tarea de la persona, que es mejorar las condiciones de vida del mundo en el que vive. ¿No lo ves así?
– Entonces hay cantidad de lugares en el mundo como la India que, nunca mejor dicho, están “dejados de la mano de Dios” porque la miseria y la pobreza están en las calles. Me cuesta creer en ese Dios personal en el que tú crees.
– Es que tú parece, Elena, que creerías en un Dios de milagros, que venga y elimine todas las injusticias del mundo de un plumazo, y las cosas no son así, además que yo no creo en ese Dios. Es como si tú esperaras solucionar tus problemas de pareja, por ejemplo, que te tienen angustiada y no hicieras nada para estar mejor o pedir ayuda sino aguantar sin más lo que tienes en casa, esperando que las cosas cambien por sí solas.
– Ya. Tiene lógica lo que dices. Pero me cuesta creer que tu Dios no se preocupe por el mal del mundo.
– Yo tampoco tengo respuestas para todo, Elena. A veces se me ocurre pensar en cuando tienes una habitación a oscuras y cerrada; es fuente de suciedad y nadie puede vivir ahí. Para que entre la luz y el aire tendrás primero tú que abrir las ventanas ¿no te parece?
– En fin, Cristina. A ver si a mí me entra la luz por algún lado…
Caminamos…Belén Casado Mendiluze