¡Qué cambiante somos en el estado de ánimo! Tan pronto puedes tener un día en que estás pletórico, en el que te sientes con fuerzas de afrontar cualquier cosa, como al día siguiente te sientes gris como la luz gris de Donosti.
No es posible que te hagas una imagen de cómo eres por lo que sientes porque, muchas veces, tus sentimientos son cambiantes, tan cambiantes como la dirección que toma el viento. Crees que eres fuerte para no dejarte hundir por el desaire que te han hecho y al otro día te ves dándole vueltas a tu cabeza sin parar. “¿Con qué me quedo?”, pensarás, “¿Quién soy yo, el fuerte o el débil?”
Suelo decir que hay que hacer caso a lo que se siente, siempre que lo que sientas sea una sensación mantenida en el tiempo (esa persona que siempre te produce rechazo cada vez que la ves). Los demás, déjalos estar, como vienen se van.
Como tus sentimientos fluctúan y cambian, tú no eres sólo lo que sientes. No te asustes de la cantidad de pensamientos y sentimientos diversos que te vienen a lo largo del día. Obsérvalos sin meterte en ellos dándoles vueltas y déjalos marchar porque se van solos.
Me gusta la imagen del barco sujeto con su ancla en el fondo del mar. En la superficie, puede haber oleaje y el barco se mueve también con él. Pero aunque se mueva, está sujeto por el ancla que le mantiene seguro y estable.
“¿Y cuál es mi ancla?” preguntarás. Aquello que te ayuda a estar tranquilo más allá de las circunstancias exteriores, más allá de que pienses o sientas cosas diversas. Un rato diario de relajación, por ejemplo, es un buen anclaje para la vida.
En ocasiones, te sientes cansado de tus cambios de ánimo y te gustaría no estar siempre a merced de las cosas que te ocurren o de cómo te sientas. Buena intuición la tuya. Necesitas un ancla, algo dentro de ti que te sirva de apoyo y te dé paz. Si sientes sed, te mueves para encontrar el agua ¿no?, pues si necesitas sentirte en paz, es que dentro de ti está la respuesta.
Caminamos…Belén Casado Mendiluce