Aquel hombre era de una sensibilidad especial. Había leído infinidad de libros
de autoayuda y practicaba a diario la meditación en silencio.
Se había decidido irse de retiro al Monasterio cercano buscando la paz que
muchos místicos habían encontrado en él.
Pero no podía evitar alterarse, en ocasiones, cuando los problemas de su vida
diaria se le presentaban. Y sufría mucho por ello, porque pensaba que nunca
alcanzaría la verdadera iluminación.
Su maestro, que sabía de su inquietud, decidió salir con él de paseo en un día
de tormenta. El viento arreciaba con fuerza y no paraba de llover. Fueron
caminando en silencio hasta llegar a un pantano cercano. En medio de él, una
sencilla barca de balanceaba de un lado a otro por la fuerza del aire y del agua.
El maestro, dirigiéndose al discípulo, le preguntó:
-“¿Ves aquella barca que se mueve por la tormenta de un lado a otro? Dime, ¿por
qué no se ha hundido?”
-“Porque está sujeta al fondo del pantano por medio del ancla, Maestro” -le
respondió el discípulo.
-“Tú mismo lo has visto. De la misma manera, el que practiques diariamente la
meditación es tu ancla en tu vida, como el ancla del barco, lo que te permite no
hundirte cuando arrecie el temporal. Pero cuando los problemas te asalten,
como la tormenta de hoy, es normal que te alteres y te sientas como
la barca que se balancea bajo la tormenta, de un lado a otro. Lo importante es
que estás sujeto por tu ancla interior, no el que pretendas mantener la calma en
la adversidad.” –le dijo el Maestro.
En la vida diaria no siempre es posible no perder nunca los nervios. Pero si das importancia a la tranquilidad en tu vida tendrás siempre un camino al que volver, aunque momentáneamente te hayas salido de él.
Autora: Belén Casado Mendiluce
Caminamos…Belén Casado Mendiluce