A estas alturas ya hay muchas crónicas y críticas sobre la última película de Pedro Almodóvar. Admito que soy fiel seguidora y que en general me gustan mucho pero de Dolor y gloria, destacaría su valentía para hablar de si mismo. Sé que es él y no es él. Ahí está el juego y parte de la magia de la película pero no deja de hacer un auto análisis que no siempre es fácil.
Me quedo con el Almodóvar buen hijo, con el director más maduro, que recapacita.
Me angustia la salud, porque cuando falla es terrible.
El director en crisis –física, emocional y creativa– al que da vida Banderas se olvida de sus dolores y frustraciones bajo el agua, consciente de que necesita encontrar un método para salir de ese agujero negro vital en el que se encuentra. Julieta Serrano interpreta, por tercera vez en el cine del manchego, a la madre de Banderas y juntos protagonizan una de las secuencias más emotivas, y a la vez duras, de la película. Mallo intenta ajustar cuentas con su pasado a todos los niveles y, una vez más, encuentra en la ficción su vía de salvación.
Creo que Almodóvar sin ficción sería infeliz.