En total fueron 22 blancos los que catamos (a ciegas) la semana pasada. Trabajo duro, lo reconozco, pero esta vez mucho más divertido que con los tintos. En primer lugar porque fueron blancos muy diferentes, había un primer grupo de txakolís, otros de blancos frescos, otro de blancos con crianza y un pequeño grupo de dulces.
Pero el motivo principal por el que nos lo pasamos mejor es que los blancos son muy diferentes entre sí. Pudimos comprobar una cosa que ya venimos diciendo hace tiempo, las variedades blancas son mucho más sinceras, más claras y más directas en todos sus matices. Son tan claramente diferentes y expresivas que muestran todo su poderío desde la primera copa. Añadimos más, en el blanco se nota muchísmo el terreno, la tierra, así que una garnacha de Navarra no tiene nada que ver con una de Priorato y eso hace que los vinos sean claramente diferentes entre sí, cosa que cada vez ocurre menos con los tintos.
La ganadores en cada caso fueron:
Entre los txakolis Aguirrebeko de Bizkaia (con un peqeuño porcentaje de riesling) entre los frescos Viña Godeval de Valdeorras y con un 100% de godello, esa uva que está dando que hablar ahora, como si el Guitián no hubiera estado años gritando las excelencias de la variedad. Entre los que tenían crianza el Milmanda de Torres y entre los dulces el Casta Diva, por supuesto.
Hubo un vino que salía de toda la clasificación, el Viña Tondonia del 81 (que ha salido ahora al mercado). Es otra división y tendrán que pasar años hasta que alguien pueda asomarse a ese balcón.