Me piden la opinión sobre las declaraciones de Santi Santamaría (como si a alguien le interesara). El compañero bloguero de lujo, Moyano, ya hace una disección, as usual, brillante. Lo único que quiero es lanzar un cable por uno de los mejores cocineros. Estando tan de moda aquello de “le conozco y sé que es un buen hombre y lo único que deseo es que se ponga bien cuanto antes” que dicen tantos famosos de Pajares, me colocaré también en esa postura.

Vaya por delante que las dos mejores comidas que aún puedo recordar plato a plato y sabor a sabor son una que hice en el Racó de Can Fabes y otra en un Sant Celoni recién abierto (esta última la más cara que jamás hice hasta aquel día). Así que me parece uno de los más grandes.

También vaya por delante que ha dicho una gran tontería con respecto a los ingredientes que utilizan y su peligro para la salud, eso no pasa y, me atrevería a decir, no pasará nunca. Los envenenamientos (que alguno habrá) será más por ingredientes en mal estado que por ingredientes prohibidos porque NO existen.

Queda la parte de la discusión eterna entre “ellos y yo”. Me imagino a Santi Santamaría en su retiro de Can Fabes hojeando periódicos, revistas y viendo televisiones todo el santo día en los que salen sus queridos compañeros, algo que no debe gustarle mucho. Mientras, a él no le hacen ni caso porque no da motivos, así que pensará: “¿qué hago yo para salir?” Y eso hace, provocar. La provocación siempre ha sido un aliciente de la creatividad, la provocación siempre ha sido el compadreo más natural entre creadores, los ha habido y, afortunadamente para los que disfrutamos de lejos los habrá. Lo hemos pasado bien con escritores, cineastas y músicos, ha habido provocaciones entre tenderos y artesanos, ahora tocan cocineros que así pretenden acercarse al arte o así. Lo importante es no creérselo. Y pasarlo bien.