Me acuerdo cuando los Prioratos eran vinos potentes cuya mayor característica se llamaba “tinta china”.

Me acuerdo cuando a los Prioratos los definíamos como vinos potentes, con cuerpo, con carácter, había que tomarlos un poco frescos porque había mucho alcohol.

Me acuerdo cuando los Prioratos se te pegaban a las encías y pensabas que eso era vino auténtico porque te daba la potencia que buscabas.

Me acuerdo cuando los Prioratos eran todo fruta madura sin complejos, te llegaba como una explosión única pero seguía habiendo acetona.

Me acuerdo cuando los Prioratos tenían hasta 5 variedades diferentes pero que te daba igual porque no te enterabas cuándo importaba la syrah o la cariñena y parecía que sólo lo podías tomar como un copazo.

Me acuerdo cuando los Prioratos se hacían para gustar a los americanos y que un vino que hacía una americana se transformó en una maldita e infumable compota de higos a lo que ella sólo supo decir: “Es que el vino es un ser vivo.” Se le olvidó añadir que era un ser vivo de 90 euracos.

Me acuerdo del Priorato.

Pues de eso nada. Este es un vino fresco. Es una entrada en boca ligera, hay mucha fruta detrás incluso después de un buen rato. Incluso hay algo salino y anisado. No te mata las encías. Hay acidez. Hay sutileza. Aquí hay un vino divertido que se puede tomar durante toda una comida. Aquí hay un vino en que se nota la “garnatxa” e incluso, si pones atención, la cabernet. Aquí hay un vino entretenido con el que se puede pasar un rato entre amigos sin tener que tomártelo en serio. Aquí hay vino. Y esa fruta que sigue estando al final me apasiona porque dice que tiene 12 meses de barrica y ¿dónde está?

Ma acuerdo cuando el Priorato costaba tanto dinero “ya se sabe, es Priorato”. Pues este cuesta 9 eurillos.

Toma Priorato. Es de Freixenet.

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