Que se sepa soy un defensor de los vinos de Jerez. Es más, he llegado al punto de que prefiero un Jerez como vino blanco si no encuentro algo decente en una carta. Y no pasa nada, no es cabezón como dicen algunos, hay que saber beberlo despacio, disfrutando de cada sorbo para sacarle todo el partido, porque hay mucho partido en cada copa.

Lo que ya no sé es si es mejor empezar por una cosa más normalita o por una cosa extraordinaria. Por poner un ejemplo, en el mundo del champagne yo creo que es mejor ir subiendo en la escala para reconocer en qué se basa la calidad, para que te vaya seduciendo la complejidad.

Así que puede que en esto del Jerez sea igual, lo que ocurre es que nos encontramos aquí con un vino que no se sabe bien dónde colocarlo. Veamos, dice Jerez y dice Hidalgo y eso marca mucho, es un gran comienzo. Pero uno que es como raro siempre ha pensado que el Jerez, como el champagne y como el oporto, basan su excelencia en que son capaces de hacer grandes vinos sin tenerse que manchar las manos en el viñedo, al fin y al cabo para algo son señoritos andaluces los grandes nombres propietarios de las bodegas. Pero va a ser que ya no, en esto te encuentras con Juan Manuel, heredero directo de Emilio Hidalgo que fundó la bodega en 1874 y te encuentras con un hombre que se preocupa por el viñedo y compra lo que mejor le parece a él que se haya cuidado. Y, después, en la bodega pone todo su empeño en sacar adelante un vino siguiendo los métodos que le enseñaron sus antepasados, no hay nada nuevo. Y hace un vino que se llama La Panesa que es la lgoria de los vinos de Jerez porque hay mucho de lo clásico, de las notas tostadas, de los frutos secos, pero hay toques de anís, de campo y de la sal que llega de esos vientos que invaden Cádiz. El precio es de más de 20 euros, pero merece la pena siempre porque es para beber en serio como un vino blanco incluso para toda la comida.