No me gusta hablar de cierres, que si el Itxas Magalean, que si el Mezclum (antes El Lagar) y otros que irán detrás por otras zonas de la ciudad. Me gusta hablar más de novedades, cosas que se hacen para mejorar. Por ejemplo que el Beti Jai ha vuelto a sus orígenes con su anterior propietaria, que el nuevo italiano de la Parte Vieja (Raviolina) va como un tiro, que un bar que no se distinguía por su comida ha decidido apostar fuerte con cocineros jóvenes (hablaremos en su momento, si merecen la pena) o que donde antes estaba el Narru en Gros hay uno que se llama Pecaditos.

Entre esas novedades tuve la oportunidad de acercarme por el Aralar, el de la calle Puerto y la primera sorpresa es que ya no te cogen del cuello y te dan un plato para los pintxos, los quieras comer o no y es que el Aralar ha cambiado de dueño. Ahora lo lleva un hostelero que antes no se había metido con nadie más que con su propia casa, David Garrancho del Andra Mari, pero se ve que las familias crecen en todos los sentidos, así que es orgulloso padre y tiene una nueva preocupación.

Todo ha vuelto a sus orígenes, donde estaba con Aitor y su madre, todo es amabilidad (¿de dónde habrá sacado el bueno de David a esa encantadora Ana que atiende las mesas?) y buenos alimentos. Se ve que el jamón es de Carrasco y se ve la mano de la distribuidora en otros productos, un lugar más donde se encuentra el vino Krel, del que tanto se habla, pero donde se nota un cambio serio es en aquello en lo que se había especializado el Aralar, la chuleta. El padre de Aitor fue carnicero antes de dedicarse a la hostelería y tuvo la buena idea de trasladar las cámaras de su carnicería al sótano de su negocio. Por eso era tan buena la chuleta de antes, ahora ha vuelto con toda su calidad y su sabor y, además, con una sonrisa.

Por el momento es lo que probé y es lo que recomiendo. Y ya digo, ya no entras en el local al grito de “plato”.