Así que tu llegas a un Polígono Industrial, concretamente llegas al Polígono que está junto a la N – I en Olaberría, ese en el que te metes como si fueras a Castillo y te metes de nuevo a mano derecha, como si fueras a la Volvo y piensas ¿qué hago yo aquí? Polígono con todas sus condiciones, como si te hubieras perdido, y ves un bar único, el clásico que siempre hay en todo Polígono, este se llama Gartxo y te lo imaginas como lo son habitualmente: cutre, dos vinos, comida básica, café mediocre y trato poco menos que displicente, entre ¿qué haces tu aquí? ¿por qué me vienes a molestar? y no me pidas una sonrisa que te la monto… al Juro que los he conocido así, encima a uno que conocí en Irún era del Bilbao y no había quien lo tragara si perdía su equipo. Al fin y al cabo eres lo que se llama un cliente cautivo, o lo tomas o lo dejas y como no tienes nada más en los alrededores normalmente lo tomas.
Pues ahí sigue estando el Gartxo del que te han hablado y que tu te atreves a traspasar la puerta y a subir las escaleras y, de repente, te encuentras con un saludo amable, una bienvenida y ves una pizarra llena de vinos por copas que van desde vinos de muchas denominaciones de España hasta algunos de Alsacia, ves incluso Valbuena y hasta la segunda marca de Pingus, todo muy raro, y la carta de vinos incluso habla de grandes crus de Burdeos, pero eso ¿qué es? Y hay pintxos de todos los estilos, los tienes más tradicionales y los tienes de cierta elaboración, bien presentados y que están muy bien. Todo lo demás sigue siendo un bar/restaurante de polígono, no intentan salirse del tiesto, sin pretensiones, gran comedor, menú del día con cocina muy casera y clásicos platos a elegir, pero eso sí, las copas son todas Schott y eso no lo ves a diario ni siquiera en muchos restaurantes de cierto nivel en la capital.
Y todo bajo la atención de Iñaki Gartxo, una persona obviamente apasionada del vino que lo que quiere es que la gente disfrute con lo que tiene por eso los precios no están disparados y sí, es él el que atiende personalmente, el que abre a las 6 de la mañana y el que a las 12 del mediodía sigue saludando a sus clientes con una sonrisa e incluso dándoles la mano a quienes entran por la puerta porque sabe que, incluso estando en un Polígono Industrial, cada cliente que entra es una bendición.