Hace ya 30 años que probé mi primera becada. Fue en Arzac y me dejó el recuerdo que se espera de las primeras experiencias inolvidables. Ha habido otras después, algunas supuestamente mejores porque los lugares eran de renombre. Otras, aún pagadas a mejor precio, más bien peores. Otras excelsas como la de Tatus al que ya no podemos acceder. Pero desde luego que ninguna como aquella.

Queriendo remomorar el momento nos fuimos al Alto de Miracruz con la única intención de tomar una becada, ese pájaro que, al estilo del foie en Chicago, te regalan porque te cobran el acompañamiento. Y allí estaba esperándome bajo el nombre de “pájaro de invierno”.

Siempre he dicho que donde se notan realmente las grandes estrellas Michelín es en la cocina de siempre, en la de toda la vida (por cierto que en Berasategui ya se puede comer la liebre a la royale) y sigue siendo así. La becada en Arzac es de los grandes y sencillos platos de invierno. No sé si será porque conocen como nadie el punto de la cámara o las temperaturas y el tiempo de cocción pero es una pieza que se ha convertido en única y sigue siendo inolvidable. Es de agradecer que en estas grandes cocinas sigan dedicando un pequeño apartado a estas tradiciones.