Justo en el momento en que empezaba a comprenderte, en el momento en que empezamos a apreciar todos tus encantos. Ese día en el que Kenji, el Sumo Sacerdote oriental que oficia, supo sacar lo mejor que podías dar de ti mismo. Ahí estabas, quieto, ya sé que no molestabas a nadie, pero Kenji, es lo que tiene, que cuando ve a alguien quieto no se puede resistir. Un poco de sal y azúcar para darte ese toque de marinado, para hacerte por dentro y por fuera, para no ser áspero en la piel ¿a quién le gusta tu piel tan áspera? La misma A. nunca te hubiera amado con la piel anterior pero aquel día te quiso y te deseó, hasta sentí celos. Y dentro jugoso, apetitoso como nadie te conoció antes porque unos te hacen demasiado, estropajoso y otros muy poco y tu tienes una carne como una criatura, limpia y fresca, eres la seda oriental en el que te quiso convertir tu creador.
Y antes de que nos presentaran te aliñaron para que estuvieras lustroso, aceite, vinagre, pimienta negra todo a una temperatura para que no te asustaras, templado, para que descansaras feliz y esa sábana final de zanahorias y cebollas que te daban un aire de dulzura. Y encima sin un solo pecado original, sin una sola espina que penar porque Kenji te limpió con detalle para que te presentaras como viniste, sin molestar a nadie.
Y te has ido para siempre en esta temporada. Pero sé que volverás en forma de sardina o de txitxarro, porque ya te has hecho un clásico en La Espiga.
Blog escrito escuchando: Al Kooper – Soul of a Man (directo)