Todo empieza por el cerdo negro autóctono ese cerdo que se debió criar y quedar por esas tierras para diferenciar a los gentiles cristianos de los judíos, ese cerdo que les ha servido hasta para hacer su gran postre. ¿cómo, si no, puede estar tan rica esa ensaimada si no es por la grasa de cerdo? Bueno, pues con ese cerdo se hace este embutido, concretamente con la papada, el magro, tocino fresco, hígado y sangre, sal, pimienta negra y pimentón. (los camayots picantes son cosa heavy). Junto con especias que cada casa tendrá como “secreto mejor guardado” todo eso se embute en la propia piel del bicho y asi acaba por tener esa pinta de calzón o lo que es lo mismo, pinta de camayot.
En frío plan fiambre, tostadito a la plancha, solo o con pan, el camayot es una mezcla entre un paté del bueno y una cabeza de jabalí. Sólo sé que está muy bueno y por darle al asunto un toque culto diré que habla bien de él hasta George Sands en Un invierno en Mallorca, escritora con nombre de escritor, que se paseó por aquellas tierras como amante y cuidadora de Chopin.
Lo dicho, con esa pieza uno recibe su chute de isleño que me sigue uniendo a esa tierra.
Agradecido estoy a quienes me lo traen de cuando en cuando.