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Carlos Rilova

El correo de la historia

Capitán, visionario, arquitecto, empresario, ¿espía?… Pedro Manuel de Ugartemendia o la vida de un vasco de la Europa napoleónica

Por Carlos Rilova Jericó

La idea para este nuevo artículo de este correo de la Historia me la dio uno de los miembros de la Asociación de historiadores guipuzcoanos, Iker Echeberia Ayllón, que como recordarán, al menos en una ocasión y en colaboración con otro autor, nos dejó por aquí un interesante artículo sobre la palabra “zurito” -la medida de cerveza más pequeña que se puede beber en un bar donostiarra- y su origen histórico.

Sí, hablando ante la biblioteca universitaria de la UPV de San Sebastián de posibles proyectos futuros de la Asociación, salió en la conversación un pedazo de nuestra Historia sobre el que los donostiarras -y nuestros visitantes- andamos muy a menudo sin apreciarlo en todo su valor.

Resulta que cuando se pensó en reconstruir San Sebastián tras su destrucción y saqueo a partir del 31 de agosto de 1813 -es decir, durante lo más crudo de las llamadas guerras napoleónicas- el arquitecto al que se le asignó tal tarea, el andoaindarra Pedro Manuel de Ugartemendia, hizo un proyecto realmente visionario que finalmente se abandonó por otro más práctico y, sobre todo, remunerador económicamente. Sin embargo, me contaba Iker Echeberria Ayllón, cada vez que pasamos por el Boulevard de San Sebastián, junto al kiosco de música, lo hacemos caminando sobre un plano esquemático de ese proyecto visionario, grabado sobre las losas del pavimento de esa parte de la ciudad, como se puede apreciar en la primera ilustración de este artículo (N. B.: las zonas grises son calles y plazas y las rojas representan manzanas de edificios). Un tema éste que, como vamos a ver enseguida, da para mucho. O, cuando menos, para otro correo de la Historia.

No va a ser esta la primera vez que hable de Ugartemendia. Ya lo hice en otro artículo a comienzos del año 2014, cuando la llamada Parte Vieja de San Sebastián fue inundada por unas feroces mareas vivas que llenaron unas cuantas horas de telediarios tanto locales como nacionales.

De hecho, de Ugartemendia y su labor como arquitecto, se ha hablado mucho. Hay investigaciones muy a fondo sobre él. Por ejemplo la de nuestro colega historiador José Javier Fernández Altuna, publicada en la revista “Leyçaur” en el año 2009, que, de momento, sólo pueden aprovechar quienes leen en euskera.

Sin embargo se ha hablado menos de otros aspectos de su vida que, como verán por el título de este nuevo artículo, puestos en orden, casi sirven para el título de una de las novelas “de espías” de John Le Carré.

Ugartemendia es un personaje bastante misterioso. Al menos lo parece si consideramos todos los documentos que hablan de él.

Gracias a las investigaciones de José Javier Fernández Altuna sabemos, por ejemplo, que cursó estudios, como muchos otros vascos, en la Real Academia de San Fernando. La institución que a finales del siglo XVIII formaba a toda clase de artistas y entre ellos a los arquitectos.

Esa fue la carrera que eligió Pedro Manuel de Ugartemendia. Pero sabemos también gracias a esas investigaciones de José Javier Fernández Altuna que antes de esa tenía otra que, a partir de 1808, le comprometía bastante.

En efecto, Pedro Manuel de Ugartemendia era oficial de Infantería en el Ejército español. Y no precisamente en un puesto administrativo. Era un hombre de vanguardia, de los que veían fuego real en combate. Al menos su expediente militar dice que era oficial de línea. Es decir, de esos que, como ya habrán visto en más de una película, se ponían, generalmente a caballo -como ordenaban los cánones-,  al mando de una larga hilera de soldados y soportaban, impávidos, la tormenta de balas que se intercambiaba entre sus tropas y las que el enemigo desplegaba ante ellos en una formación idéntica.

Sí, eso es lo que dice el expediente militar de Pedro Manuel de Ugartemendia: que era uno de esos capitanes de Infantería de línea a los que el zumbido de las balas y la metralla enemiga les resultaban muy familiares. O que, al menos, tenían unos sólidos conocimientos en la materia -en la complicada materia- de maniobrar tropas así sobre el terreno de un campo de batalla. Algo nada fácil y de lo que, de hecho, dependía la derrota o la victoria de los ejércitos enfrentados.

Sin embargo, a pesar de eso, Ugartemendia, después de que su Ejército declara la guerra a la Francia napoleónica en mayo de 1808, no acudirá a la llamada de las Juntas de Defensa patriotas, como si lo hacen bastantes vecinos suyos e incluso parientes como Juan de Ugartemendia. Alguien, este último, que, como consta también en su propia hoja de servicios -trágicamente concluida en el año 1813, tras la batalla de San Marcial- pide específicamente que se le deje servir en los Ejércitos que combaten a las tropas napoleónicas en España, rechazando su traslado a un puesto en las colonias de América.

¿Y qué hace entonces Pedro Manuel de Ugartemendia entre 1808 y 1813, se  preguntarán ustedes?.

Pues es difícil saberlo. Parece ser que se queda en territorio ocupado y hasta hace negocios de tierras con gentes que, cuando lleguen las tropas aliadas en 1813 y se instauren las instituciones del Gobierno de Cádiz, serán juzgados como afrancesados…

¿Lo era también, afrancesado, Ugartemendia?. La verdad es que esa también es una pregunta difícil de responder. En contra de todas las truculencias que se escriben sobre el tema de los afrancesados, la investigación de algo más que los grabados de los “desastres de la guerra” de Goya, que son una parte de la verdad pero -sólo para empezar- no son fotografías, nos dice que era bastante fácil irse “de rositas” tras haber tenido vahídos afrancesados -de mayor o menor intensidad- entre 1808 y 1813.

Es lo que les ocurre a muchos vecinos de Ugartemendia que tenían, o podían haber tenido, mucha más culpa en eso del afrancesamiento. Los encontramos, a menudo, controlando el poder municipal en Andoain en, por ejemplo, 1815, lo mismo que en 1811, pudiendo decir, por tanto, que les iba igual de estupendamente bajo la bota napoleónica o bajo la de un Fernando VII rampantemente absolutista.

¿Fue ese el caso del capitán Ugartemendia?. ¿El de uno de esos afrancesados que, como una especie de Talleyrands de bolsillo, sobreviven sin problema a todas las turbulencias del momento?. Es más que dudoso. Entre otras cosas porque no parece que las autoridades patriotas lo molesten lo más mínimo tras expulsar a los franceses. Ni antes, ni después, de que Fernando VII se restaure como rey absoluto. De hecho, no sólo parece que no se le piden cuentas de su ausencia en los ejércitos patriotas en calidad de oficial de línea, como le correspondía, sino que además se le entregan graves responsabilidades militares. Como lo era, sin duda, la de reconstruir una plaza fuerte tan estratégica en 1813, 1814, 1815… como San Sebastián.

Más probable es que Ugartemendia estuviese, entre 1808 y 1813, ejerciendo funciones de espionaje para las fuerzas patriotas. Probablemente dentro de la red organizada en San Sebastián desde 1808 en adelante. Una cuestión de la que ya les hablaré en otro día y lugar…

¿Acaba ahí la vida del capitán Ugartemendia?. Lo cierto es que no. Después de 1813, 1814, 1815… el arquitecto tuvo tiempo de hacerse rico con la reconstrucción de San Sebastián, que se convirtió en un bello ejemplo -excelentemente conservado aún hoy día- de una ciudad edificada, de arriba a abajo y de lado a lado, en estilo neoclásico. Lo más “moderno” en la época, la última tendencia arquitectónica del 1800…

En 1833, Ugartemendia, ya hombre de edad respetable, superviviente a todos los altibajos de la turbulenta Europa napoleónica y posnapoleónica, luciendo con orgullo su uniforme de veterano, se retirará de la ciudad que él mismo reconstruyó para refugiarse, como muchos otros donostiarras, en Bayona, mientras los carlistas asedian, veinte años después de 1813, San Sebastián. Por suerte para esa ciudad no llegarán a tomarla pues, acaso, si nos guiamos por lo que hace en esas mismas fechas ese ejército rebelde, sacado del medio rural vasco, con Guetaria -hoy Getaria- tal vez hubieran dejado allí, como británicos y portugueses en 1813, otro montón de ruinas humeantes como las que Pedro Manuel de Ugartemendia, aquel viejo capitán de Infantería de línea, arquitecto, empresario, ¿quizás espía?… supo reconstruir de manera tan magistral.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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