Por Carlos Rilova Jericó
Ya sé que la semana pasada dije que era verdaderamente cansado esto de hablar, una y otra vez, sobre la independencia de Cataluña, pero la verdad es que también es muy difícil sustraerse a tratar de esta cuestión con la que, sin embargo, nos han estado bombardeando mañana, tarde y noche, los llamados medios de comunicación. Al menos hasta la masacre perpetrada en París este último viernes por desorientados creyentes musulmanes que, además, en un infame ejercicio de falseamiento histórico, han calificado de “cruzados” a sus víctimas inérmes…
Sí, es muy difícil, para el historiador, sustraerse a esta pesada cuestión catalana porque en todo ese aluvión de información que se nos ha dado -desde hace ya más de una semana- he visto brillar, por su ausencia, una cuestión que creo es fundamental.
¿De qué se trata?. Si yo fuera Bill Clinton (cosa que, tanto para bien como para mal, no soy), quizás soltaría algo así como “¡Es la Historia, estúpido!” para remarcar -como él, Clinton, hizo con la Economía- que hay determinados factores que, nos gusten o no, están ahí y van a condicionar todo lo que hagamos. Sea independizarnos de alguien o evitar que ese alguien se independice.
Sí, es la Historia, una vez más, la que está en el trasfondo de toda esta pesadez sobre si Cataluña se separa o no de España.
De momento sólo se ha aludido a la Ley como contramedida frente a ese amago de secesión. Diciendo que ésta, la Ley, caerá con todo su peso sobre el todavía -sólo todavía– escaso porcentaje de los que pretenden la separación de Cataluña y España.
Impecable. El problema de fondo, sin embargo, persistirá una vez aplicada la Ley y dispersados por esa vía legal esos esfuerzos patéticos -realmente lo son, me limito a describir, sin ánimo de ofender- para separar Cataluña de España.
Sí, el problema persistirá porque para mantener una nación cohesionada se necesitan muchos factores. Se necesita tanto una ley, común y aceptada por todos en forma de constitución consensuada, como unos arreglos económicos que favorezcan a todos los integrantes de esa comunidad que tiene voluntad de permanecer unida en forma de nación. Pero se necesita igualmente, como saben bien en esos países, tan aludidos, “de nuestro entorno”, a los que tanto queremos parecernos, que es necesario un discurso histórico coherente. Una descripción de una Historia que establezca un terreno común de convivencia basado en un relato veraz, pero que no fomente discordias, enfrentamientos y derroches de adrenalina que no van a ninguna parte. A ninguna útil por lo menos.
Por ahora a nadie que hoy en España trabaje en Política a escala nacional le he oído decir nada a ese respecto. Con la excepción de la jefa del grupo parlamentario de Ciudadanos en Cataluña, Inés Arrimadas, que, cuando lo de las elecciones del 27-S era tan sólo un proyecto, aludió a que, para desactivar el problema que creaba esa inestabilidad política en esa parte de España, era preciso utilizar mucha Pedagogía con los que estaban siendo ganados para la idea de la independencia de Cataluña…
Pero ¿en qué podría consistir esa Pedagogía tan necesaria?. Veamos, últimamente ando trabajando en la vida del general guipuzcoano Blas de Lezo -el jueves a las 19:30, en el Club Naútico de San Sebastián, doy una conferencia sobre él- y creo que de esa vida tan trepidante se podría sacar algún ejemplo certero de esa Pedagogía.
Como últimamente se ha rescatado del olvido, con verdadero fervor, a ese ilustre militar y marino donostiarra, seguramente ya les sonarán sus grandes hazañas. O mejor dicho su gran hazaña. Es decir: tener un destacado papel en doblegar a una formidable flota británica ante los muros de Cartagena de Indias en el año 1741.
No me voy a extender en la paliza militar que, tanto Blas de Lezo como los restantes mandos y efectivos de esa importante plaza fuerte de la América española, infligieron al almirante Vernon y a su nutrida expedición. Eso y otras controversias sobre la vida de Blas de Lezo -como su accidentada relación con el virrey Eslava, mando militar de Cartagena en 1741- lo dejo para este jueves y otras ocasiones más propicias.
Ahora prefiero centrarme en otro aspecto de la vida de Blas de Lezo que nos puede resultar mucho más útil para entender la razón por la que sólo la aplicación de la Ley no será suficiente para detener la creciente marea independentista en Cataluña.
Los hechos tuvieron lugar cuando el futuro general era un joven oficial de Marina que, sin embargo, ya había perdido su pierna izquierda en la batalla naval de Vélez-Málaga contra la flota combinada angloholandesa del almirante Rooke.
Ocurrió en el año 1706, ante el puerto de Barcelona. Se dice que, en esa ocasión, Blas de Lezo también consiguió derrotar a los británicos gracias a ese notable ingenio y buen oficio militar que ayudará -notablemente- a la estrepitosa derrota de Vernon en Cartagena de Indias. Concretamente se cuenta que Lezo, que entonces está al mando de una pequeña flotilla y no gasta más galones en su casaca que los de alférez de navío, eludirá el cerco británico -una y otra vez- por medio de un ingenioso dispositivo de cortinas de humo (sí, parece que el marino fue una especie de precursor del hoy tan de moda James Bond) y por medio de proyectiles incendiarios que, una vez disparados por la Artillería de su flotilla, se clavaban en los cascos británicos causando verdaderos estragos.
De ese modo, según parece, Blas de Lezo logró abastecer a la guarnición sitiada en Barcelona en ese año 1706…
Chocante, ¿verdad?. Quizás no se han fijado todavía en un pequeño detalle de esta historia de la Historia: resulta que este marino vasco al servicio de España arriesga su vida -y todas las partes del cuerpo que aún le quedan en su sitio- para socorrer a una plaza fuerte -Barcelona- que aparentemente lucha denodadamente en esos momentos por España, por el odiado Felipe V que ha sido hoy convertido por los independentistas catalanes en su bestia negra, en el destructor de las inmemoriales y democráticas libertades catalanas. Esto se hace, insisto por si hace falta, en 1706.
Es decir, ocho años antes de 1714, cuando esa misma plaza -Barcelona- cambia de casaca y se pasa a las filas austracistas para resistir otro duro asedio que, también hoy, los independentistas catalanes han convertido en símbolo propio por medio, entre otras vías, de novelas históricas -así las han calificado- como “Victus”, vendidas por toda España a miles, creando un discurso absolutamente falseado del pasado de Cataluña en el que, en 1706, jamás hubo, en Barcelona, un socorro a fuerzas borbónicas -o españolistas, por ponernos al nivel de los independentistas catalanes- gracias, entre otros, a un ingenioso hidalgo de los mares vasco llamado Blas de Lezo.
A causa de que miles de catalanes ignoran matices históricos, fragmentos de Historia común y controvertida como estos, gracias a esa falta de Pedagogía histórica, que, como ven, de un sólo revés tira por tierra todo el tenderete pseudohistórico en el que se basa el empuje político de los independentistas catalanes, crece -y crecerá- la oposición a España.
Intoxicar ideológicamente, como habrán visto por este sencillo ejemplo, es muy fácil. Y la Ley, el sólo peso de la fría y árida Ley -que tantas veces parece legítima pero no justa- no basta. Son necesarios más factores para mantener cohesionada una nación. Y si nos olvidamos de que la Historia es uno de ellos, realmente podrían llamarnos estúpidos. Desde luego como tales estúpidos nos sentiríamos cuando las consecuencias de esa falta de discurso histórico común, coherente e integrador, se nos echasen encima. Con todo su peso y todas sus consecuencias. En la próxima legislatura, o en la próxima, o en la próxima a la próxima, o… etc…