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Carlos Rilova

El correo de la historia

Historia de las palabras (y de la Moda): “jurar como un carretero” (A. D. 1800)

Por Carlos Rilova Jericó

rowlandson-requisitos-para-er-un-hombre-a-la-moda-1814Como todas las expresiones que tienen, por lo menos, dos siglos a las espaldas ésta de la que voy a hablar hoy en este nuevo correo de la Historia, ha perdido ya todo su significado. Hasta para los historiadores. A menos que nos tomemos la molestia de indagar un poco en el tema

Y la verdad es que la cosa tiene su profundidad histórica. En efecto, para llegar a saber de dónde viene y qué significa esa expresión de “jurar como un carretero” tenemos que viajar, en el Tiempo y en el Espacio, hasta por lo menos la Inglaterra de las guerras napoleónicas, haciendo una larga parada en el rutilante Londres de la llamada “Regencia”.

Para entrar en ese complejo y sofisticado mundo uno de los mejores guías es el historiador británico J. B. Priestley. En su detallada obra sobre ese período histórico -“The prince of pleasure and his Regency”, imprescindible para comprender esa época- nos descubría detalles muy curiosos. Por ejemplo la verdadera locura del rey Jorge (poco que ver con la obra de teatro y la película que se basó en ella) y como ésta provocó la instauración de la Regencia al ser imposible ya que el monarca siguiera ostentando siquiera su simbólico poder.

La Inglaterra y, sobre todo, el Londres de esa época -la Regencia (“Regency” para los anglosajones, “Imperio” para los europeos continentales)- son los lugares en los que se desarrolla y vive una sociedad convulsa y agitada, que ve cómo se derrumban rápidamente las estructuras sociales, políticas y hasta económicas que, hasta la irrupción de la revolución francesa de 1789, se habían mantenido más o menos estables.

En efecto, en el Londres de, por ejemplo, 1810, ya nada es como podía haber sido en 1788. La vestimenta sobre todo, ha sufrido cambios alarmantes. Acaso el dato más frívolo pero, al mismo tiempo, más revelador para descubrir un verdadero cambio de época en una sociedad (como nos lo indicó Fernand Braudel en su monumental obra sobre la llamada “larga duración” en la Historia).

En efecto, los elegantes de Inglaterra, de la “City” londinense, visten en esa época ropas que hoy nos pueden parecer llenas de elegancia y magnificencia pero, en realidad, revelan una curiosa forma de casticismo equivalente a la moda del Majismo extendida entre la nobleza española de unos pocos años antes.

Así es, los caballeros londinenses e ingleses admirados por las heroínas de Jane Austen, con sus botas cortas y sus fracs ligeros, así como con sus chisteras, no quieren dar lecciones de aristocrática elegancia como sí lo pudieron pretender los petimetres de la época inmediatamente anterior; la llamada “georgiana”, que vendría a coincidir con la de la segunda mitad del siglo XVIII, previa al estallido revolucionario de 1789.

Nada de eso. Nada de elegancia de pelucas empolvadas, caras cubiertas de albayalde y arrebol y trajes completos de seda, satén, terciopelo y otras delicadas materias.

El dandy de la época Regencia aborrece de esos amaneramientos. Así es, el dandy londinense de la Regencia (o época napoleónica si lo preferimos), y de rechazo el del resto de aquella Europa convulsionada por la revolución plebeya de 1789, quiere parecer, en realidad, un cochero. Y no sólo en esa aproximación a la vestimenta. En sus maneras también quiere ser ese proletario elegante que es el cochero. Y para ello no duda en imitar sus rudas maneras revestido, además, con su indumentaria. Quiere aprender a pelear como un cochero, a beber como un cochero, a manejar su coche de caballos como un cochero, a jurar como un cochero (tanto vale decir un carretero) e incluso a escupir como un cochero…

El libro de J. B. Priestley nos dice que, en efecto, uno de los más conspicuos elegantes del Londres de la Regencia, el señor Akers, llegó a pagar la nada desdeñable suma de 50 guineas para que un conductor de la línea de diligencias Cambridge Telegraph le enseñase a escupir al estilo de los cocheros.

Priestley también nos cuenta que otros de mayor alcurnia, como sir John Lade y su mujer, amante en su día de un bandolero que acabó colgado en 1770, conducían sin intermediarios su propio coche de caballos (algo muy habitual en aquella Inglaterra con inclinación al plebeyismo) y comportándose del modo más soez que pueda imaginarse. A la altura, desde luego, de esos cocheros convertidos en objeto de imitación. Ella, nos dice Priestley, se destacaba aún más precisamente por jurar como una auténtica “cochera” (o “carretera” si así lo preferimos) en cuanto se le presentaba la ocasión de abrir la boca…

Naturalmente los humoristas gráficos de la época se hicieron eco de todo esto. Especialmente elocuente es la caricatura de Rowlandson del año 1814 que ilustra hoy este artículo y que él tituló “Tres requisitos para hacer un Hombre a la moda”. Uno de ellos era vestir como un cochero, otro aprender boxeo y, finalmente, hablar como un barriobajero de manera fluida…

Al menos dos cuadros de Goya nos indican que la nobleza española de la época tampoco fue, en absoluto, ajena, a esa moda que venía de Londres. Basta, desde luego, con comparar imágenes como la de Rowlandson con cuadros como el del Marqués de San Adrián del Museo de Navarra o el del duque de Osuna, en el Museo Bonnat de Bayona.

El parecido es, desde luego, sorprendente y muy a tener en cuenta antes de decir nada sobre el Majismo de esa nobleza española y sus trajes mal llamados “goyescos” identificados como tales, simplemente, por el uso de la redecilla para el pelo y la chaqueta corta conocida como “marselles”, obviando el amplio catálogo de atuendos españoles en boga en esa época que nos ofrece la obra de Goya. Perfectamente visible en estos dos altos aristócratas españoles que, paradójicamente, a imitación de sus pares británicos, también se empeñan en vestir como cocheros y, probablemente, en jurar como carreteros si era preciso…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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