Alberto Moyano
A la vista de la masacre perpetrada en el campus de la Universidad
Politécnica de Virginia y a falta de datos sobre la identidad y
motivación del perpetrador, surge una pregunta: La facilidad para
conseguir armas de fuego, ¿proporciona razones o tan sólo oportunidades
para este tipo de matanza indiscriminada? Planteada de otra forma, la
duda es si tanto Día de Acción de Gracias, tanta liga estudiantil,
tanto concurso de popularidad entre los alumnos y tanto baile
degraduación no termina por alterar el sistema nervioso de los jóvenes
competidores.
Por ahora, las posibilidades de especulación son múltiples pero a
medida que se aclaren los datos concretos que han rodeado el suceso
comenzará el baile de responsabilidades, formuladas, eso sí, tan sólo
en grado de insinuación. Así, se descubrirá que el asesino había leído
‘El guardián entre el centeno’, escuchaba compulsivamente los discos de
Marilyn Manson y su compañera de pupitre había respondido que no a su
invitación para ir al cine el sábado por la noche.
Si Virginia fuera España, la Asociación Nacional del Rifle aprovecharía
las circunstancias –como el supuesto origen asiático del pistolero o la
inoperancia policial a la hora de desalojar los edificios
universitarios– para levantar una teoría de la conspiración que
condujera indefectiblemente a Al Quaeda. Y no digamos nada si se
confirma su suicidio, a pesar de que fallecer en una de estos tiroteos,
ya sea en calidad de víctima o en la de asesino, se ha convertido, a
fuerza de repetición, de un destino puramente americano.