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Alberto Moyano

El jukebox

Cañonazo

Alberto Moyano

Instantes después de que, por décimo cuarto año consecutivo, encendiera
la mecha del cañonazo mediante un ligero movimiento de brazo y
antebrazo, Luis Mocoroa era entrevistado en televisión: «Tendrá mil
anécdotas, ¿no?», preguntaba la voluntariosa reportera. Por supuesto,
contestó el cañonero, que no prefirió no abundar en el tema, bien
porque en ese momento no recordó ninguna, bien porque el acto en sí
tampoco es que dé para mucho.
El inicio de la Semana Grande se ha consolidado en su sobriedad como un
ejemplo de la excepción cultural donostiarra, mediante la sustitución
de la habitual explosión de alegría por las miradas más o menos
tediosas de adultos con jersey o niño sobre los hombros. De la inanidad
del acto da cuenta el hecho de que apenas asoman móviles con cámara,
auténtica unidad de medida del interés que suscita algo.
Como sustituto de la espontaneidad surge la calculada sobreactuación.
Así, los presentadores de televisión finjen alborozo cuando son
asaltados por gigantes y cabezudos a base de vejigazos, las txarangas
hacen votos de continuar mientras el cuerpo aguante durante su
desolador recorrido por el Paseo de la Concha y media docena de jóvenes
desubicados vacían botellas de champán sobre sus cabezas en medio de un
mar de padres y madres que se apartan para evitar el salpicón.
En busca del clímax festivo las masas se lanzan a eso de las 22.45
horas a ese multitudinario cunilingus pirotécnico consistente en alzar
la mirada al cielo mientras se lame el helado con fruición. Entre el
cañonazo y los fuegos se sitúa el auténtico espíritu de la Semana
Grande. El resto del programa sólo es relleno.


agosto 2007
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