Alberto Moyano
Una estrella luminosa y una Sección Oficial medianamente interesante,
rematada por un Palmarés aceptable, conforman una edición del
Zinemaldia calificada de forma unánime como brillante.
En realidad la base se mantiene constante a lo largo de los años:
simplemente, basta con suprimir a Richard Gere del imaginario de este
año para calcular hasta qué punto hubieran sido diferentes los
balances. También es posible el ejercicio inverso: ¿Cómo se hubieran
valorado ediciones anteriores de haber contado con esta presencia? A su
vera, todos los demás han brillado de forma más intensa: desde Paul
Auster hasta Vigo Mortensen, pasando por Demi Moore, Lou Reed o la
propia Liv Ullmann.
El nombre de Gere resucitó la cinefilia hasta en los más insospechados
rincones: así, las ventas se dispararon desde la apertura de las
taquillas, días antes del dinio del Festival y ciclos en principio tan
inaccesibles como el Philippe Garrel han registrado un número de
espectadores –bien es cierto que procedente en buena parte del otro
lado del Bidasoa– que ni el propio director francés hubiera soñado.
En cuanto al fallo del jurado, la contundencia –utilizado como la
antítesis de ex aequo– y el renombre de del director ayudarán a que,
esta vez, la Concha de Oro aguante con dignidad o incluso éxito a su
paso por las carteleras, tras la fugacidad de ‘Half Moon’ y ‘Mon fils à
moi’. El único cabo suelto lo constituyen las ruedas de prensa, un
género tradicionalmente dantesco, plagado de reflexiones en voz alta,
preguntas retóricas y alabanzas públicas, y al que últimamente se suman
los reporteros de programas graciosos, pero en principio, nada de esto
tiene remedio.
Visto que el modelo funciona, ahora sólo hace falta encontrar a esa
estrella de relumbrón, cuyos méritos no necesitan ser explicados al
gran público porque los conoce –o al menos los supone– de sobra.