Por supuesto, no toda crítica a Israel incurre en el antisemitismo. Pero al igual que hay una ‘casta política’, existe otra ‘casta moral’, que opera en función de criterios estrictamente ideológicos, con una ética a la carta, que aparece y desaparece para desatar la indignación a conveniencia.
De menor a mayor, sorprende la frivolidad de quienes sostienen que el conflicto vasco es muy complejo, tanto que desde fuera no se entiende, y que en cualquier caso, hay que escuchar a todas las partes, para a continuación despachar el conflicto de Oriente Medio en tandas de 140 caracteres enlazadas a espeluznantes imágenes, tantas veces, rescatadas del archivo.
No existe territorio más ocupado que el cuerpo de una mujer palestina, ni franja más estrecha que el espíritu femenino cercenado por la imposición violenta de las supersticiones de Alá y los seguidores de Mahoma. De la situación de los homosexuales, mejor ni hablamos. Eso es antisemitismo, en su forma más curiosa cuando se da entre los mejores progresistas.
También causa perplejidad la laxitud moral aplicada a los recientes acontecimientos registrados en Ucrania, en donde puestos a elegir entre la UE y Moscú, la ‘casta ética’ no dudó en alinearse con Putin, el mismo que dejó Chechenia convertida en un erial sin que nadie mencionara que los rusos estaban haciendo con este pueblo caucásico lo mismo que los nazis hicieron con los soviéticos. Por agravio comparativo, eso es antisemitismo.
Como también lo es olvidar que Israel es el único estado del mundo a cuya existencia han jurado poner fin la variopinta fauna de sátrapas que ha florecido por la zona desde 1947 y aún antes. No hay dirigente árabe que, en caso de apuro, no haya arremetido contra Israel, el enemigo común, antes de emprenderla contra su propio pueblo en unos términos bélicos a los que jamás ha recurrido este país. Masacre sin cuento en Libia, gaseamiento de kurdos en Irak, 30.000 muertos y 300.000 desplazados en Siria, un país que sólo preocupa en lo que se refiere al estatus de los Altos del Golán. Por supuesto, ninguna mención a Hitler. Eso es antisemitismo.
Todo el mundo sabe que Ariel Sharon fue el general que permitió las matanzas de Sabra y Chatila. Ya son menos los que están al tanto de que los ejecutores fueron las milicias libanesas de cristianos maronitas, a los que jamás se comparó, ni equiparó con el III Reich. Del nombre del responsable directo de la masacre, mejor ni hablamos. En aquel caso, al Ejército israelí le cabe el dudoso honor de haberse comportado con la misma pasividad con la que años después las fuerzas holandesas encargadas de proteger Srebrenica contenmplaron la matanza de bosnios. No obstante, Sharon lució en el imaginario popular un bigotito hitleriano; a nadie se le ocurrió comparar a los holandeses con Hitler. Otra vez por agravio comparativo, esa fascinación es antisemitismo.
Cuando interesadamente se silencia que el Muro que divide de forma sangrante Cisjordania se construyó con los materiales vendidos por empresarios palestinos y que desde su construcción los atentados suicidas contra civiles israelís han pasado de uno a la semana a uno al año es antisemitismo, más aún a la luz de las tragaderas de los ciudadanos occidentales a la hora de aceptar toda clase de recortes en materia de derechos civiles y de sacrificar su libertad individual en el altar de la seguridad, todo a raíz de un magno atentado perpetrado hace tres lustros.
Cuando se vinculan las actuaciones del Ejército israelí al aprendizaje recibido a manos de las SS se soslaya que más bien fueron los palestinos los alumnos aventajados: ya en los años cuarenta, fue el muftí de Jerusalén, al-Husayni, instalado en Berlín, quien rogó, suplicó e imploró a Himmler que instalara cámaras de gas en Palestina para la eliminación masiva de judíos o, en su defecto, exterminara ‘in situ’ a los 400.000 judíos alemanes que Berlín pensaba deportar. En esta última aspiración, sus plegarias fueron atendidas y los 400.000 judíos alemanes, reducidos a cenizas. No obstante, jamás verás vinculadas las palabras ‘nazi’ y ‘palestino’.
Antisemitismo es obviar que Israel se desanexionó Gaza a cambio de nada, tan sólo de la promesa de no agresión y que ni tan siquiera eso fue capaz de cumplir la autoridad palestina sobre el terreno, es decir, los iluminados de Hamas. Ningún país árabe quiso saber nada de los palestinos, que Egipto siempre ha rechazado hacerse cargo de Gaza y que si la franja es «la mayor cárcel al aire libre del mundo», lo es porque el encargado de mantener cerrada una de sus puertas es El Cairo, con Sadat y sin Sadat, con Mubarak y sin Mubarak. 30.000 palestinos cruzan a diarios los dos pasos fronterizos de Gaza para ir a trabajar a Israel, un drama fácilmente evitable si Egipto se ocupara de abrir su muro y proporcionarles empleo.
Antisemitismo es exhibir la división al 50% del territorio del antiguo Mandato Británico de Palestina aprobado por las Naciones Unidas, silenciando que Israel aceptó su parte, mientras que los palestinos no, azuzados por los países árabes, que prometieron echar a los judíos al mar. El estado de Israel se proclamó el 14 de mayo de 1948. El 15 de mayo cinco países árabes le declararon la guerra y trataron de invadirlo. Desde entonces, no ha conocido un respiro.
Dicho todo lo cual, ojalá Israel se salga cuanto antes de la espiral de violencia, iniciada una vez más por los extremistas islámicos, y encuentre un interlocutor desprovisto de impulsos liberticidas con el que firmar un paz duradera. Pero convengamos en que será difícil mientras al otro lado de la mesa se siente, por un lado, unos que han sentido el pavor del vértigo a la paz cada vez que la han acariciado, la mitad de ellos, corrompidos hastaz el tuétano, y por otro, alguien que se niega a reconocer tu existencia y, simultáneamente, jura destruirte.