Ser los susurros,
de su suave aliento….
Ser respiración. (A.Ashley)
Me pregunto por qué hacemos las cosas mal sabiendo como sabemos la forma de hacerlas bien, qué pensamiento estúpido nos induce a creer que poniendo la mano en el fuego no vamos a quemarnos.
Este preámbulo para quejarme de mí misma por haberme agachado hasta el suelo sin doblar las rodillas, perpetrando el ángulo recto fatal para reabrir un desgarro muscular que arrastro desde años y que me provocó un crack en un abrir y cerrar de ojos seguido del grito común del dolor exhalado en decibelios superiores a los permitidos.
A duras penas pude arrastrarme hasta la cama, depositarme en ella con cuidado neonatal evitando toda brusquedad y dedicar la siguiente media hora a respirar sosegadamente intentando alejar de la zona afectada el dolor lacerante que me traspasaba como el filo de un hacha.
Mi perrillo se dio cuenta de todo y apoyó sus patas en el borde del lecho, mirándome con ojos tristes, comprendiendo de sopetón que el previsto paseo matutino se demoraría sin duda alguna. Le expliqué con palabras entrecortadas por el dolor que, “calle no, Elur espera, vete a tu sitio, come ahora”. Él y yo nos entendemos.
¿Qué pinto yo en esta vida, en esta casa solitaria, asustada por la impotencia y el dolor, tirada en la cama, un domingo por la mañana? Esperé para llamar a alguien que transcurriera una media hora larga, media hora de seguridad para respirar y ver si la avería era grave o simplemente transitoria.
Porque todo es transitorio, sujeto al cambio ineludible de los vaivenes de la vida, por mucho que nos aferremos al deseo de seguridad no es esta más que una ilusión que pesa tan poco como una pluma movida por el viento. Todo cambia en un instante, los planes pergeñados minuciosamente, la intención de vivir de una determinada manera, nada permanece impertérrito, todo se doblega a la impermanencia que nos va marcando sus pautas, enseñando sus lecciones. Los sentimientos nos empujan a los apegos y cuando perdemos lo que amamos aparece el sufrimiento. No tenemos más que mirar alrededor: la vida cambia, se estremece, caen bombas, la gente muere, se enferma, pierde el trabajo, huyen los amores, hay destrucción continua. Sin embargo, nosotros, en nuestra arrogancia, creemos firmemente que con firmeza estamos plantados a la tierra, a la vida, con vigas maestras indestructibles y alejamos del pensamiento cualquier posibilidad de cambio que nos aleje de la zona de confort que hemos creado para nosotros y nuestros seres queridos.
Queremos “permanecer” y cuando llega la impermanencia la miramos como un invitado no deseado, no sabemos dónde colocarla ni cómo hacer que se marche, provocando una sensación contradictoria en nuestro espíritu: por un lado intuimos que también hay cambios buenos y por otro no queremos alejarnos un ápice de lo que llamamos nuestra seguridad.
Y de repente te agachas malamente y un músculo se vuelve a desgarrar. La vida se detiene, atorada. Y tienes que tomar una decisión que te la salve, hay que mover ficha si no quieres convertirte en un zombi, en un muerto viviente sin capacidad de reacción en la sangre. Aceptar la impermanencia de las cosas y buscar la humildad suficiente para pedir ayuda.
O dejar que sean los aullidos del perro los que alerten a los vecinos al cabo de varios días…
En fin.
LaAlquimista
Fotografía: Alejandro Ashley
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