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Cecilia Casado

A partir de los 50

¿Por qué nos gustan los cotilleos?

No voy a descubrir aquí la pólvora si digo que a todo hijo de vecino le hace cosquillitas gustosas algún que otro cotilleo siempre y cuando esos picotazos no caigan sobre la propia piel. Esos comentarios maliciosos dichos en voz baja y con mirada conspiradora o a todo color en semanarios de pago o en programas televisivos en los que se “habla mal” del vecino, del novio de una amiga, de una amiga del novio o de quien se acaba de levantar para ir al servicio y deja el campo de minas libre durante cinco minutos.

Es deporte nacional –y no únicamente de féminas- el despelleje más o menos cruento del prójimo; da igual que sea cercano o alguien a quien no hemos saludado nunca (léase políticos, futbolistas o famosillos), el caso es salpimentar una conversación que se vuelve inane con un poco de morbillo malintencionado.

Que si no sé quién es de “la otra acera” aunque haya disimulado toda la vida, que si fulanita le tira los tejos al marido de su mejor amiga, que si el jefe quiere “pillar” con la de contabilidad o mi cuñada se ha hecho un lifting aprovechando que mi hermano está quince días en China comprando tuercas y tornillos.

Pero hay algo detrás de ese chismorreo huero que debería ponernos alerta…contra nosotros mismos. Y no es otra cosa que una de las formas menos dignas de afianzar la propia autoestima. Sí, el conocimiento da poder, quien tiene información manda y hace callar a los demás. Lo vemos en los medios de comunicación todos los días: los que dan la primicia o scoop son los que se llevan el gato al agua, los que más venden y los que más cobran por emitir anuncios entre noticia y noticia.

Pues en lo personal, lo mismo. Quien, en un grupo que está de charleta, hace callar a todos con su voz (más alta) y enarbolando el típico: “esto que no salga de aquí, eh”, comienza a desgranar perlas cultivadas en contra de alguien (ausente, por supuesto) y de esa forma conseguir atraer la atención de los demás, erigirse en el centro de atención de la reunión, sentir que tiene algo de más valor que los demás para comunicar y, mientras todas las miradas se centran en él (o ella) se siente bien, reconocido, con la autoestima a buen nivel y con gran satisfacción de sí mismo, debería hacernos reflexionar.

Todos escuchamos atentamente esos cotilleos –infames la mayoría de las veces- y abrimos la boca con un montón de oh y ah acompañándolos de gestos de asombro, escándalo o burla abierta y directa. A veces, incluso somos capaces de pegarle otro hachazo a ese árbol que acaba de caer ignominiosamente añadiendo alguna anécdota de tinte infumable para hacer más grande el saco del chismorreo. Una pena.

Una pena enorme porque no deberíamos permitirnos tamaño dislate por pura dignidad, por honestidad mínima hacia cualquier otro ser humano que es igual que nosotros, con sus defectos, debilidades y momentos más o menos grises. Todos tenemos un “esqueleto en el armario” que nos cuidamos muy mucho de dejar que se vea, y si alguien lo descubre y airea esos trapos sucios… ¡cuánto dolor, rabia y odio hacia quien así nos ha humillado en público!

Cada vez que escucho a alguien erigirse en centro de atención de una reunión por el rastrero método de empezar a poner a parir a los demás aduciendo que sabe de buena fuente lo que va a contar y se regodea en la insalivación falta de generosidad hacia los demás, cada vez que eso me ocurre –que no es muy frecuente pero tampoco inusual- siento una vergüenza ajena descomunal.

Quizás porque me recuerda las veces en que yo también me dejé llevar por ese pequeño y estúpido afán de notoriedad mundano de cotillear para sentirme más guay o más lo que sea. Así que me muerdo literalmente la lengua antes de que se me escape una maledicencia sobre una persona –amiga, enemiga o desconocida- para ver si de esa manera consigo también evitar que nadie hable mal de mí a mis espaldas.

A veces me atrevo a mostrarle al cotilleador o cotilleadora de turno mi desagrado por sus palabras y actitud, y lo curioso es que son personas –haced la prueba- a quienes tan sólo interesa hablar a ellos y que se les escuche a ellos y cuando se les dice algo…parece que les sobreviene un ataque de sordera fulminante. Seguirán en activo mientras tengan público, mientras haya orejas faltas de criterio que les escuchen…

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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