A diez mil kilómetros, aquí al lado como quien dice, ha nacido Eila, mi primera nieta del alma. Ha llegado a esta vida con unos enormes ojos oscuros, mirando fijamente como si ya intuyera de qué está hecho el aire que respira, aire cálido y untuoso, tan distinto del origen de sus padres en la fría Europa. Una niña yucateca que huele mangos en vez de manzanas, flores de pasión en vez de claveles, a la que el calor le hace dormir como duermen los bebés, con una media sonrisa en su rostro angelical, sin saber nada todavía o quizás porque ya lo sabe todo…
El patio amarillea la tarde y los árboles de este otoño tropical siguen verdes, frondosos, exultantes de la vida del calor, fructífero tiempo en el que el amor sigue regalando su cosecha. La casa en silencio propicia el sueño de la hora de la siesta, sagrada en nuestros genes, alentada por una cultura que se abraza en el idioma, los sueños, las ilusiones y el pequeño trozo de felicidad que me anida en las puntas de los dedos porque son mis primeras palabras para ti, Eila, mientras duermes.
¿Qué desearte, angelito mío, que no esté guiado por el amor? ¿Qué vida plena, magnífica, rica y generosa te espera? Detrás de esos ojillos dormidos se despereza tu biografía entera, con alegrías por desvelar y risas para compartir con tus padres, dioses únicos que te han dado la vida y que velarán tu sueño dormido y apoyarán tu sueño cuando este despierte…
No sabía qué presentes traer para darte la bienvenida a esta vida, he mirado muchos caprichos infantiles que no comprenderías aun, esas ropitas de muñeca con las que yo también vestí la niñez amorosa de mis hijas no me corresponden a mí sino a tu madre: ella sabe, ella siente lo que yo sentí por ella misma, nada puedo añadir ni mejorar.
Eila duerme y su dulzura perfuma la tarde, ¿qué puedo darte yo, desde mi vida madura, viajera y cansada?
Serás feliz y tropezarás con piedras. Tu risa llenará de vida otras risas y tus lágrimas saladas regarán flores marchitas. Todo está por hacer, el milagro de la vida por delante, es un antes y un después para quienes han creado una vida gracias al amor. Eres tú, Eila, la que has traído el regalo maravilloso a esta familia que te acoge, poco tenemos para ofrecerte porque has sido tú, chiquitina preciosa, dulce encanto de la casa, la que nos colmas de dones tan sólo porque has venido a dormir aquí, entre nosotros.
Eila, la de nombre maya, la que duerme confiada en la vida y sus dones, la que ya sabe del amor, pequeña y hermosa criatura.
Bienvenida, bien hallada.
LaAlquimista (*)
Soy tu abuela materna, la vasca, la que se asoma a tu cuna con lágrimas felices y te sostiene en brazos como la pequeña joya que eres.
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Fotografía: Personal de la autora.