Coherencia y Navidad.-
Soy atea y tengo tan poca ilusión por celebrar una fiesta cristiana como un insumiso por presenciar el desfile de las Fuerzas Armadas. La religión que me impusieron mis padres y su presión emocional me llevó a casarme por su rito aunque tuve después la lucidez suficiente como para no bautizar a mis hijas. Necesito intentar ser coherente, es uno de los retos inacabados en mi vida. Cuando miraba alrededor y veía la contradicción entre lo que se piensa y lo que se hace –y no sólo en materia religiosa- me reafirmé en mi postura: si me he “dado de baja” del censo religioso es mejor seguir mi camino sin titubeos ni mirar atrás.
Soy atea pero no tengo tendencia a la misantropía y me gusta vivir en sociedad aunque algunas cosas sí cambiaría si me dejaran. Por eso cuando llegan las fiestas de Navidad hago como que no me importan demasiado pero tampoco arremeto contra ellas con dardos ni venablos: las acepto como un mal necesario, sobre todo si la gente disfruta de una paga extra (no es mi caso) y se refuerzan las excusas para reunirse con los amores lejanos aunque sean de la misma familia.
Cuando mis niñas fueron pequeñas les tuve que explicar porqué no harían la primera comunión (excepto que ellas quisieran hacerla); pero no se me ocurrió privarles de la ilusión “social” de unos Reyes Magos que, con sus regalos discretos, dulcificaban algunos hilos sueltos que impuse en su educación. Nunca me reprocharon mi actitud.
Han pasado muchos lustros y seguimos teniendo que “afrontar” cada Diciembre la llamada del consumismo y las cuchipandas familiares (con o sin amor de por medio). Poco se puede hacer ante un tsunami costumbrista que todo lo arrasa, incluso las conciencias desligadas de la tradición cristiana, incluso los bolsillos paupérrimos de quienes tienen menor fortuna que otros.
¡Cuánta fuerza tiene el entorno social! Incluso aquellos de mis amigos que, al igual que yo, son decididamente contrarios a celebraciones de este tipo, llega el veinticuatro de Diciembre y “por la paz un avemaría” vuelven a hacer tropecientos kilómetros para juntarse con una familia que está ahí aunque no se vean más que por Navidad.
¡Cuánta fuerza tiene la opinión social! Llega la semana del 24 y todo el mundo se cree con derecho a preguntar: “Y tú, ¿con quién vas a pasar las fiestas?” y a mí me dan ganas de decir, pues con mi perro que no se emborracha ni molesta, pero claro, queda mal, antisocial, y acabas tú también buscando con quién estar, un amigo, una familia prestada para la ocasión, un providencial viaje de vacaciones, lo que sea, con tal de no quedarse solo en casa, que es lo que toca a quienes las circunstancias y la coherencia nos impelen.
Nunca he dado importancia a las fiestas navideñas de mi vida adulta (en la otra, no sabía lo que quería, tan sólo me dejaba llevar por la costumbre y la tradición); sin embargo, ahora que mis hijas están en la otra esquina del mapamundi, no quiero quedarme sola. ¡Tanta fuerza tiene el entorno sobre la personalidad del individuo!
Pero este año hay motivos felices más que suficientes para volar al encuentro de mi familia aunque me sienta un poco “culpable” por no ser fiel a esa coherencia que tanto necesito y que no siempre soy capaz de conseguir. Pero el nacimiento de mi primera nieta y el hecho de que mis dos hijas estén afincadas en Yucatán, me impulsa a flexibilizar mis ideas y a adaptarme a cualquier celebración que quieran compartir conmigo. Sea el solsticio de invierno o el reencuentro familiar, vale la pena aprovechar la posibilidad de amor que la vida nos brinda así que me perdonaré este año mi flagrante contradicción…
En fin.
La vie est belle!
LaAlquimista
Por si alguien desea contactar: