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Cecilia Casado

A partir de los 50

Reflexiones en Yucatán (VI) “Ser feliz con bien poco”

 

El centro de Mérida un domingo por la mañana se convierte en un hormiguero multicolor con ganas de liberarse del peso habitual al menos durante unas horas. Desde el Paseo Montejo que se “bicicletiza” en un jolgorio multitudinario, pasando por la Plaza de Santa Lucía y su bailongo popular, hasta llegar a la Plaza Grande donde se enseñorea lo popular con su tianguis, la música, el baile y los puestecitos de comida para degustar in situ, al aire abrumadoramente cálido del mediodía.

Dicen que en Mérida no hay que salir de casa hasta las cuatro de la tarde si no quiere uno derretirse como una paleta de fruta (lo que llamamos nosotros un polo de limón). Pero yo soy mañanera y la cama se me cae encima aunque afuera hayan abierto la puerta del horno, así que al filo de las once, bien desayunada con un jugo natural de no sé cuántas frutas y unos huevos motuleños que no voy a decir aquí de qué se componen para que no me llame nadie “tragaldabas”, me dispuse a dar un buen paseo y ver el ambientillo dominical.

Al poco recalé en la plaza de Santa Lucía atraída por los sones musicales de un conjunto y me arrimé a la multitud que observaba a varias docenas de bailarines quienes, en un tablado al efecto, se dedicaban concienzudamente a sus evoluciones danzarinas. Enseguida me di cuenta de que la edad media de los “freds y gingers” superaba con creces la lógica de la motricidad humana: todos de sesenta para arriba sin límite alguno.

Me vinieron las sonrisas, se me alegraba por momentos la perspectiva de la jornada, viendo a tantas personas disfrutando realmente de lo que hacían, bailando ensimismados, con o sin pareja, vestidos algunos para la ocasión, entregados todos a seguir el ritmo de la música que sin conocer su nombre yo diría que estaba entre la salsa latina y el mambo.

Se me iban los ojos detrás de un viejecito con zapatillas de deporte que marcaba los pasos como si estuviera tallándolos, seguramente bailarín de otros tiempos más románticos, seguramente risueño personaje que guarda sus últimas ilusiones para bailarlas sin prejuicio alguno un domingo cualquiera en la Plaza de Santa Lucía.

Una pareja en los setenta largos, ataviados con el traje típico de la zona y bien conjuntados se lucían sin ambages ante la mirada y el aplauso de los observadores. Marcaban bien los ritmos, él le agarraba a ella la cintura casi sin tocársela, ella le requebraba con la mirada maquillada de azul, de aquellos tiempos lejanos quedaron estos pasos acompasados, orgullosos de sentirse guapos y lucidos.

Sacando fotos aquí y allá le seguía con la cámara la pista al viejecito del niqui verde a rayas blancas, tan ensimismado, tan aparentemente feliz. ¿Cuántos años tendrá, -pensé? Los ochenta ya no los cumple, eso seguro, qué feliz se le ve.

Mientras hacía de “guiri” contemplativa se me acercó un señor de gran sonrisa y con gestos me invitó a bailar. Le contesté que no sabía y él, al ver que hablaba en español, se puso más sonriente todavía y me dijo: “no se preocupe, señorita, que en esta vida todos sabemos bailar” y con una media reverencia me ofreció su brazo…al que me así y me fui con él a bailar una pieza larga, melosa, con pasitos y meneitos a los que tuve que dedicar toda mi atención mientras mi mochila con sus pertenencias “vitales” descansaba sobre una silla, sola y sin nadie que la vigilara.

Un bailecito sudoroso al mediodía meridano, quién no se sentiría orgulloso y feliz de compartir dicho momento, aunque se me tropezó la respiración y el resuello como si hubiera atravesado a pie medio desierto comiendo polvorones, pero… ¡cómo seguía bailando el viejecito de verde cuando yo ya no podía más!

Moverse y bailar al son de la vida, seguir regando la ilusión con unas gotas de sudor agradecido, sin mirar a nadie ni saber si estamos solos o acompañados, tan sólo atender a la música, buscar esa melodía que nos hace estar felices y bailarla…aunque sólo nosotros seamos capaces de escucharla.

En fin.

LaAlquimista

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Fotos: Cecilia Casado

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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