Mi despertador biológico sigue sonando a las siete menos cuarto de la mañana y aunque hay días en que me hago la sorda cuando estoy en “mi otro mar” la tentación de acercarme a la playa para celebrar que no me duele nada es casi irresistible. Somos pocos, la verdad sea dicha, los paseantes madrugadores pero tenemos algo en común y eso hace que nos saludemos con sonrisas o con leves gestos. Supongo que yo soy “la de la túnica y la pamela” –mi ADN está desestructurado por la mala práctica que mantuve durante muchos años de exponerme al sol. También está la “lectora del amanecer” –enfrascada en su libro al tibio solecito; algunos jóvenes patean la arena con sus zapatillas de correr y dos o tres pescadores recogen sus cañas. Los que llevan al perro a dar un paseíto- burlándose de la norma que lo prohíbe- no son bien mirados, es lo que tiene pretender ser más listo que los demás que no se suscitan simpatías…
La ancianita camina del brazo de una mujer algo más joven; lleva bañador cubierto por un pareo y un sombrero de paja que adorna más que protege. Dejan sus toallas en el suelo, se descalzan de unos zuecos de goma y pasean mientras charlan. Hoy se estaban sacando fotos la una a la otra y me ofrecí a tomarles una las dos juntas; con eso a pegar la hebra hay un paso pequeñito. La ancianita me pidió que le diese tiempo a quitarse el pareo “para estar más guapa” y se ahuecó el cabello, casi esperé verle sacar un pintalabios con coquetería…
Tiene ochenta y siete años y dice que la vida es maravillosa. No se lleva muy bien con sus “amigas” porque éstas pasan más tiempo en la cama y el sofá que al aire libre, “con esta playa que tenemos al lado de casa, con este cielo, con esta agua calentita del mar”, me suelta de corrido sonriendo al ver que le comprendo con la mirada. “Los años me han quitado la fuerza pero no las ganas” – me informa amablemente y yo le digo que sí, que a mí también me pasa lo mismo en tantas situaciones y pienso –y me callo- que “de mayor” (si llego) también quiero ser como ella, una ancianita con la lucidez suficiente como para saber aprovechar lo que todavía esté a mi alcance: la naturaleza, el silencio de la playa a primera hora, el gusto por verme guapa, la sonrisa hacia una desconocida, cuarto y mitad de energía positiva para luchar contra la desidia y la abulia de una ancianidad que se vende girando sobre sí misma, sin apenas aliciente alguno, saliendo a hacer la compra y volviendo a adorar al único dios que sobrevive: la televisión.
Creo que también rechazaré la opción –si tengo la posibilidad y me acuerdo- de encerrarme en casa mirando por la ventana sorteando el riesgo de vivir la vida, atiborrándome de pastillas: para dormir, para despejarse, para bajar la tensión, para subirla, olvidado casi cualquier interés por los demás, observando el pulso por si me tiembla un poco más que ayer…
Creo que firmaría por ser como la ancianita de la playa a la que cada día le falla un poco más la vista, un poco más el oído, que camina con incierto paso pero sabiendo que tiene un punto de apoyo a su alcance por si le hace falta. Me contaba que cada vez lee menos porque se duerme pero que una nieta que vive cerca le lee algo cuando la visita, que ya no le dejan cocinar pues si le salta el aceite lo mismo hay un disgusto y que hace poco se dejó un cazo con leche en el fuego porque le entró un mensaje al móvil y se le olvidó y casi tienen un disgusto.
Y me he echado a reir porque yo también me dejé el otro día unos huevos en agua para cocerlos y se quedaron como cuando la erupción de Pompeya y el cazo para tirarlo, eso sin contar el pestazo en toda la casa. Y le he contado que a mí también me entra el sueño cuando llevo un buen rato leyendo por eso procuro hacerlo durante el día y no a la noche y que si me sueltan un perro rabioso me alcanza y me come que ya mis piernas tan sólo aguantan algún bailongo de vez en cuando y que los bastones de marcha nórdica los voy a tener que canjear por unos de los otros, de los de toda la vida…Y nos reimos un rato más: que si soy del Norte y ella nació en el Sur, que si los hijos y los nietos, que si los maridos ya no cuentan –palabras textuales- y que está deseando que se vayan los turistas y los veraneantes de una vez para tener la playa para ella sola y poder venir a mediodía, cuando más le gusta que le caliente el sol…
Nos despedimos con un beso y me dice :!!”adiós, chiquilla”!! con voz cantarina y me voy sonriendo y sabiendo que me ha alegrado el día…
En fin.
LaAlquimista
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