Hace muchos años que vivo la vida en “singular” ya que dejé atrás la primera persona del plural en mi último divorcio y he sido más o menos fiel a aquella decisión, más que nada porque no se me ha presentado en los últimos tiempos una buena ocasión para reincidir. Algunos se divorcian para cambiar de pareja, yo me divorcié para cambiar de vida y, vive dios que la cambié.
Así las cosas, con el tiempo he ido convertiédome en una auténtica experta para buscarme la vida en un mundo hecho a medida de dos, como si todos naciéramos siameses: viajes con suplemento habitación individual, paella ración mínima dos personas, un asquito la verdad. Con el tiempo comprendí que ir sola por la vida tiene salvables desventajas y, a cambio, cuenta con un abanico inmenso de cosas a favor de quien elige esa opción pudiendo tener la otra, la de ir en pareja, vivir en pareja, morir en pareja. Como conozco ambas situaciones creo que tengo autoridad moral suficiente para hablar de ambas y no diré yo que una sea mejor o peor que la otra –allá cada cual con sus gustos y necesidades- sino que para vivir sola (que no significa estar sola) se requiere de mucha más preparación que para embarcarse en la historia que es común a la mayoría de la gente. Cuando se es dos, si uno no ve bien el camino, el otro puede mostrárselo; si se cae hay alguien al lado para ayudarle a levantarse; si hay que brindar por algo no hace falta beberse la botella uno solo.
Para ir sola por la vida hace falta adoptar una actitud libre de expectativas y ponerse un sombrero. ¿Qué tendrá que ver el sombrero con la no-dependencia emocional? Pues mucho, vaya que sí. Una mujer sola con sombrero siempre llama la atención –mucho o poco pero atrae miradas-, más si tiene gracia en el porte, más si sonríe, más si pisa fuerte. Da igual tener muchos o pocos años a cuestas, lo que importa es la actitud… y el sombrero.
Soy capaz de acudir felizmente sola a casi cualquier lugar siempre y cuando me acuerde de no formarme ninguna expectativa al respecto. Es decir, si me siento en una terracita a la fresca mi intención no va más lejos que tomar un refrigerio, no estoy esperando que se me acerque el hombre de mi vida a darme palique. Si voy al chiringuito de la playa por la noche es por el gusto de escuchar música y tomarme un mojito super rico, no mirando de reojo al personal a ver si consigo ligar o pegar la hebra. Cuando voy a la playa espero dar un buen paseo, sumergirme en el mar y cansarme de bracear, reposar bajo la sombrilla, mirar al horizonte y no echar cuentas de quién pasa por delante o de quién se pone detrás.
Sé que las mujeres –de cómo se sienten los hombres tengo muchas menos noticias- somos remisas muchas veces a andar solas por ahí; nos han metido en la cabeza que es algo poco…lo que sea y muchas preferimos (hemos preferido en alguna época) quedarnos en casa antes que andar proclamando a los cuatro vientos nuestra condición “desparejada”. ¿Quién ha olvidado los patéticos sambenitos de “solterona” y “amargada” que se regalaban a las mujeres que no tenían pareja?
Afortunadamente hemos cambiado algo el mundo (para bien y para mal) y ya podemos salir las que tenemos “una edad” a la vida sin preocuparnos del qué dirán de comadres y compadres varios. Nuestra expectativa es seguir viviendo felices y que cada vez nos importe menos –hasta importarnos un ardite- la mirada del otro, esa mirada que critica, juzga y condena a veces por desconocimiento y otras por envidia.
Y si nos ponemos un sombrero para que se nos vea bien, mejor que mejor. ¡Pues no somos chulas ni nada!
En fin.
*Y las que estáis felizmente emparejadas…que San Pedro os la bendiga.
LaAlquimista
“Mujer con sombrero”. Chagall
Por si alguien desea contactar:
apartirdeloscincuenta@gmail.com