“Dejarse querer” era lo que yo entendía que podían permitirse las chicas guapas de cuando andábamos por los quince, aquéllas que habían recibido la belleza como un premio sin que hubieran hecho nada especial por merecerlo y que caminaban un par de palmos por encima de las demás como si fueran diosas. Como “el reparto de dones” me pilló leyendo un libro me tuve que conformar con la filosofía aquella tan injusta de: “la suerte de la fea la guapa la desea” y me pasé la adolescencia de patito feo buscando la forma de salir de la invisibilidad con la peregrina idea -leída en no sé dónde- de que “la verdadera belleza está en el interior”. Luego me convertí en cisne y todo eso que pasaba en el cuento pero no sé si me di mucha cuenta…
Hoy en día ya no miro a las mujeres y hombres guapos con ningún tipo de envidia porque ya he aprendido a “rascar” la superficie y buscar lo que me interesa haciendo un poco de espeleología emocional. No obstante, me temo que sigue habiendo mucha gente que “se deja querer” aunque sea de otra manera más sutil y manipuladora.
¿No os habéis percatado de que en vuestra lista de contactos siempre hay unos que llaman y otros a los que siempre hay que llamar? Me refiero a que, ya mayorcitos todos, el grado de sociabilidad o de interés en los demás –que también puede esconder una “necesidad insana”- viene a ser parecido a lo que dicen de las parejas, que siempre hay uno que quiere y otro que se deja querer…más o menos.
La agenda no miente; hay nombres que se repiten con frecuencia, aquellas amigas y amigos con los que hay una relación fluida de hoy te llamo yo y tú me llamas la próxima vez, de intercambio agradable de conversaciones, planes, propuestas de encontrarse y compartir sin echar cuentas de quién pone más o menos carne en el asador común. Sin embargo, están esos otros contactos con los que es mucho menos frecuente el trato, esa gente que si tú no la llamas tampoco lo hace, que no toma iniciativas para invitarte a salir ni llama para ver qué tal te va la vida, esa gente con la que tan sólo tenemos trato si somos nosotros quienes les llamamos a ellos. Sí, los que se dejan querer.
No es porque sus agendas estén sobrecargadas o tengan una vida social tan ajetreada que no tengan dónde hacernos un hueco sino que, simplemente, -y porque quizás los demás hemos dejado que piensen así- dan por sentado que no tienen obligación alguna de mantener viva una amistad, que cada uno es como es y no todos funcionamos de la misma manera y que la libertad es para que cada cual la utilice como mejor le convenga… Sí, ya me conozco el discurso.
La gente que sólo aparece en mi vida cuando soy yo la que organiza un encuentro –incluso después de haber insistido- está empezando a quedarse relegada también en mi corazón; la gente que se “deja querer”, como si la amistad fuera una calle de sentido único me está ayudando a encontrar mi sitio, ese lugar que es mucho mejor para mí, en el que –por fin- tengan cabida los que “saben querer” y los otros, los comodones, los perezosos, los abúlicos y los que parece que tienen fobia a compartir lo suyo con la misma generosidad que reciben lo que se les ofrece se queden, ellos también, en el sitio que les corresponde.
Me costó bastante darme cuenta y aceptar que hay personas que no corresponden al cariño recibido de igual manera, que se dejan querer porque está en su naturaleza. Está bien; aquí hemos venido a aprender…y a elegir a los amigos.
En fin.
LaAlquimista
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