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Cecilia Casado

A partir de los 50

No digas nunca “te lo dije”

 

Este post debería por pleno derecho ir dirigido a las madres, esas mujeres sabias y visionarias que son capaces de predecir el futuro de sus retoños, seguidas a corta distancia por los padres, claro está; en esto son algo similares a los cuñados, ese otro espécimen que siempre compra lo mismo que nosotros pero más barato y nos lo pasa por los morros. Pero a lo que vamos.

Cuando una persona mete la pata porque ha asumido un riesgo que se le ha ido de las manos, lo último que necesita es que venga el listillo de turno a recordarle cómo en su día le advirtió de lo que podía pasar si la cosa no funcionaba.

Esta actitud del “te lo dije” se hereda de abuelos a padres, de padres a hijos y de hijos a futuros retoños. Es algo así como la bola de cristal de andar por casa que ha existido en toda familia que se precie, sin más fundamento científico que la “sabiduría” de quien, por tener más años que nosotros, se convenció de que los diplomas los da la vida y no las universidades.

Cuando anuncia lluvia y uno pasa de llevar paraguas y vuelve a casa trayendo un resfriado de aúpa, ¿qué alivio da escuchar el “te lo dije” de turno? Y cuando compras un ordenador súper barato porque tú no eres tonto y comienza a dar problemas al poco tiempo, ¿ayuda realmente que te recuerden que ya te lo habían dicho? Eso por no hablar de los sentimientos y emociones, del inesperado aleteo de lepidópteros en el estómago gracias a alguien que no recibe el beneplácito de amigos o familiares que le hacen “la cobra” y cuando al cabo del tiempo –meses o años- en que la relación hace aguas, te lo sueltan a bocajarro señalándote con el dedo de disparar: “te lo dije”.

En realidad esos “avisos” que nos lanzan los seres cercanos cuando les participamos que vamos a tomar una decisión que supondrá un cambio en nuestra vida, no son –en el fondo- más que pura envidia disfrazada de interés; es decir, ¿realmente le importa a alguien que metamos la pata hasta el corvejón si estamos dispuestos a aceptar la responsabilidad y consecuencias de nuestros actos?.

Tantas veces aguanté admoniciones y agoreras previsiones por parte de mis padres con respecto a mis decisiones vitales (quiero decir, que a todas les pusieron pegas, ellos lo hubieran hecho mejor, estaban convencidos de que corría riesgos innecesarios y de que iba camino a mi perdición), que no tuve más remedio que afianzar mi autoestima a sus expensas y buscar las herramientas necesarias para sentirme segura de lo que estaba haciendo en el momento en que lo estaba llevando a cabo. Si luego salió bien o mal, esa es otra historia que sólo me importa a mí.

Cuando mis hijas han tomado decisiones drásticas en cuanto al rumbo de sus vidas, -curiosamente- otras personas aledañas, vieron en sus actos riesgos o peligros acechantes y, dicen que por lealtad hacia mí, me avisaron de lo que podía ocurrir, como si yo, por el hecho de ser su madre, tuviera autoridad moral para impedirles seguir su camino en libertad.

Por eso, creo que nunca he dicho “te lo dije”, porque acabé harta de que me lo dijeran a mí sin ningún derecho y, sobre todo, sin aportar con el retintín de la frase la más mínima ayuda para solventar el problema.

El “te lo dije” es un torpedo en la línea de flotación de la autoestima; es querer hacerle ver al otro que está en un nivel inferior, que sus decisiones no valen dos pesetas, que ha hecho las cosas sin atenerse a los “sabios consejos” que otros podían ofrecer y negándole el derecho sacrosanto a equivocarse.

Ahora –lo digo con mucho rubor- observo que hay muchas personas mayores de cincuenta años con padres ancianos  que les intentan dar lecciones a ellos, a los que les machacaron con sus “te lo dije”, avisándoles de todo lo que están haciendo mal en su final de carrera y, de alguna manera, con ganas sibilinas de espetarles el “te lo dije” cuando se caigan por no usar el bastón o se les enganche el cable del aspirador en el fémur o cualquiera de los riesgos que los ancianos de hoy en día suelen tener por  costumbre correr.

La vida cierra sus círculos y está claro que “donde las dan, las toman”.

No digáis que no os lo he dicho, ¿eh?

En fin.

LaAlquimista

*Fotografía: Charles Darwin

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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