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Carlos Rilova

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Un complicado asunto histórico. Vida de un general de las guerras napoleónicas. Gabriel de Mendizabal e Iraeta (1764-1838)

Por Carlos Rilova Jericó

Hoy estoy decidido a ser más breve de lo que suele ser habitual en este “Correo de la Historia”.

Quizás es que se aproxima el fin del año y se me ha contagiado esa nonchalance tan habitual en estas fechas, en las que todo parece ralentizarse, perderse en fiestas, comidas, cenas y otras situaciones que invitan a bajar la guardia. O, tal vez, mi inconsciente, esa cosa que, según los psicólogos, tenemos todos dentro de la cabeza y, a veces, no siempre nos aconseja demasiado bien, me dice que es un gasto de tiempo inútil dedicarme a escribir más de cuatro folios sobre Gabriel de Mendizabal e Iraeta, aquel general de las guerras napoleónicas que nació en Bergara -esa villa guipuzcoana en la que se hace uno de los mejores pasteles de Europa, tal vez del Mundo- porque -pese a los recortes que nos están empobreciendo en todos los sentidos, incluido el cultural- ya he hablado mucho sobre él y, acaso, lo mejor para todos -empezando por el que escribe que, lógicamente, es el que más se cansa- sería remitir a los lectores interesados en el tema a esos otros textos en los que ya he narrado la vida de ese general de las guerras napoleónicas.

El primero de ellos está en la enciclopedia Auñamendi, y se puede localizar a través de este enlace: http://www.euskomedia.org/aunamendi/94904.

El segundo sale a la luz pública hoy mismo, lunes 17 de diciembre de 2012, como parte del 45 Boletín de Estudios Históricos sobre San Sebastián.

Es un artículo -que hubiera podido ser un libro, de haber nacido en mejores tiempos- titulado casi como el que ahora están leyendo, “Vida de un general de las guerras napoleónicas. Gabriel de Mendizabal e Iraeta (1764-1838)”.

Y, tal vez, dicho esto, vendrá la gran pregunta de los lectores impacientes: ¿y por qué debería leer ninguno de esos dos trabajos?, ¿qué importancia tuvo esa vida de la que nunca había oído hablar?.

Les podría dar muchas respuestas a esas preguntas. Algunas bastante curiosas, por ejemplo que en la tesis doctoral de un colega, David Zapirain Karrika, se menciona que ese general de las guerras napoleónicas, cuando el corso Bonaparte estaba iniciando su fulgurante ascenso desde la oscuridad de las líneas de oficiales que la República francesa sacrificaba, a centenares, para defenderse de los que ella llamaba “tiranos”, creó el embrión de uno de los primeros cuerpos policiales del País Vasco -el antepasado, por así llamarlo, de la actual “Ertzantza”-, los miqueletes. Unas filas que el futuro general Mendizabal, apenas recién desembarcado en 1794 en la Península tras haberse fogueado -como Wellington- en guerras que hoy llamaríamos “coloniales” en África, engrosó con veteranos de la guerra contra esas tropas revolucionarias francesas que habían invadido territorio guipuzcoano a través del paso de Behobia, tras lanzar una contraofensiva que hizo retroceder al ejército del que formaba parte en esos momentos Gabriel de Mendizabal, encargado desde ese momento de cubrir la retirada del resto de esas tropas.

 

También les podría recomendar un interesante artículo de otro colega, el profesor Arsenio García Fuertes, “Un poema épico de la Guerra de la Independencia. Los cuadros de Alba de Tormes”, que pueden encontrar, también, en Internet. Sólo con ayuda de este texto es muy probable que hasta el lector más exigente encontrase razones para seguir interesándose sobre la vida de Gabriel de Mendizabal, pues está dedicado al que fue, quizás, el momento más alto de toda su vida.

Los hechos que describe García Fuertes ocurrieron -como ya se imaginarán- en la localidad de Alba de Tormes. El año era 1809 y el día el 28 de noviembre. Un mal momento, en toda la Europa continental, para todo el que no fuera ruso, británico o soldado de Napoleón Bonaparte, emperador de los franceses, protector de la Confederación del Rin, rey de Italia, conquistador, en fin, de media Europa.

Como ya dije en una ocasión anterior en la que en otro tiempo -marzo de 2012- y lugar -el Museo San Telmo de San Sebastián- tuve ocasión de recordar al general Mendizabal, aquel era un momento en el que todo parecía perdido. Apenas unos regimientos británicos, portugueses y españoles resisten a un ejército imperial francés que ha aplastado al imperio ruso, al prusiano, al austriaco… en batallas que todavía resuenan en los oídos de la memoria colectiva, que, de hecho,  restallan como latigazos ante los ojos de los que visitan París: Marengo, Austerlitz, Wagram…

Aquel día de otoño de 1809 nada permitía adivinar que las tropas imperiales no fueran a anotarse una nueva victoria que remachase, aún más, su fama de invencibles, pese a reveses como Bailén o el sitio de Zaragoza. La Junta de Defensa española que coordina en esos momentos en la Península los esfuerzos de las últimas tropas que todavía resisten a Napoleón, está tratando de recuperar el terreno perdido el año anterior, cuando el emperador en persona lanzó una contraofensiva en territorio español para borrar hasta el recuerdo del desastre sufrido por sus tropas en Bailén, que había avivado una peligrosa llama de esperanza en los territorios ocupados y entre aquellos que esperan sacudirse de encima la amenazante sombra de Bonaparte. Para ese fin la Junta había reorganizado varios ejércitos que tratan de converger sobre Madrid. Uno de ellos es el que está al mando del duque del Parque, que logrará hacer retroceder a las tropas napoleónicas en Tamames. Una nueva victoria -tal vez menor que la de Bailén- que, sin embargo, no puede consolidarse por la derrota española en la batalla de Ocaña. La misma que obliga a retroceder al ejército del duque del Parque hacia Alba de Tormes para evitar ser aniquilado por un ejército francés al mando de Kellermann.

Si tal cosa hubiera llegado a ocurrir es difícil saber qué hubiera pasado, si, tal vez, el curso de las guerras napoleónicas hubiera cambiado de manera drástica, al asegurar al emperador el sometimiento total de España y el cierre de ese frente. Tal vez no. O tal vez sí. El caso es que no llegó a ocurrir. Y no ocurrió gracias a una decisión -que sólo puede calificarse de heroica- por parte de los oficiales al mando de esas tropas, los generales Cabrera, Losada, Belvedere, Mendizabal… que se juramentaron para no retroceder ante el ataque inminente que Kellermann iba a lanzar sobre ellos con el fin de romper sus líneas para aniquilarlas a placer con la ya mítica Caballería a sus órdenes. La misma que ya se ha hecho famosa en toda Europa para esas fechas.

Gabriel de Mendizabal, ignorando que la Historia parecía estar en contra de él y de sus colegas generales, dará orden de que la tropa cale bayonetas y forme en cuadro. La única figura táctica que, de no apoderarse el pánico de los soldados así desplegados, podía resistir una o varias cargas de Caballería.

Eso fue precisamente lo que ocurrió aquella tarde del 28 de noviembre. Hasta tres veces los míticos húsares napoleónicos, junto con los no menos míticos, dragones y cazadores a caballo, trataron de romper esas líneas formadas en cuadro bajo el mando de Gabriel de Mendizabal. No lo consiguieron y el ejército del duque del Parque pudo retirarse prácticamente intacto, para volver a combatir al año siguiente, y al siguiente, y al siguiente… así hasta doblegar la última águila imperial napoleónica en 1814, en la batalla de Toulouse, donde Gabriel de Mendizabal también participará.

Lo que vino después de eso fue mucho más complicado para aquel general vasco, dibujando una alambicada biografía, que oscilará sobre pronunciamientos revolucionarios, golpes de estado reaccionarios, lealtades encontradas, y constituciones, como la famosa Pepa, derogadas y vueltas a proclamar. Unos tiempos convulsos en los que a Gabriel de Mendizabal no le será fácil sobrevivir y que debería hacer de su biografía todo un aviso para los que se dan el lujo de anunciar supuestos grandes descubrimientos históricos sobre las vidas de otros generales de las guerras napoleónicas como Xavier de Castaños o Miguel de Álava que, por cierto, fue testigo directo de la debacle napoleónica en Waterloo, donde Kellermann volvió a ser batido en una carga de Caballería que hoy pasa por decisiva. O más decisiva, al menos, que las que aquellas con las que fracasó en Alba de Tormes.

Pero sobre eso, sobre las dificultades que jalonaron la vida de Gabriel de Mendizabal, aquel general de las guerras napoleónicas, no les diré más ni aquí ni ahora.

Para eso ya tienen, desde hoy mismo, un hermoso artículo que se presenta en sociedad a la una de este mediodía en la calle Andia de San Sebastián. Ténganlo presente por las razones aducidas aquí, pero, sobre todo, por si acaso alguien les regala estas Navidades alguna novela de Simon Scarrow o de Berard Cornwell. O sáquenlo de su memoria cuando alguien les hable de películas como el “Waterloo” de Serguéi Bondarchuk. Porque la complicada vida de Gabriel  de Mendizabal e Iraeta supera cualquiera de esas ficciones sobre las guerras napoleónicas. Como podrán comprobar si se hacen con un ejemplar de ese artículo. Él, Gabriel de Mendizabal, además, fue un personaje real, que realmente vivió en los tiempos de Napoleón y que rechazó hasta tres veces a su invencible Caballería, en el otoño de 1809, cuando todo parecía perdido…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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