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Carlos Rilova

El correo de la historia

España y sus problemas con la Historia (otra vez). De “Víctor Ros” a los supervivientes de Auschwitz. De la desesperación a un pequeño rayo de esperanza

Por Carlos Rilova Jericó

Mariano José de Larra dejó dicho algo así como que escribir en España era llorar. Las cosas han mejorado algo desde esa primera mitad del siglo XIX a estos comienzos del XXI. Ahora los que se dedican a escribir -al menos los autores conocidos como lo fue Larra en su tiempo- ya no lloran. Les va bien, son admirados incluso, y algunos de ellos obtienen bonitas cantidades de dinero fruto de la venta de sus obras y sólo lloran por pura pose.

Lo de escribir y llorar parece haberse quedado ahora tan sólo, y cada vez más, para los que tienen -tenemos- la osadía de escribir Ciencia en ese país llamado España.

Me explico. Escribir hoy día en España de cualquier ciencia, es decir, trabajar en cualquier campo de ella, significa, las más de las veces, un billete rumbo al exilio económico o ser condenado a una especie de ostracismo similar al que describía Larra en sus tiempos.

No voy a abundar en muchos ejemplos. Sólo les pediré que hagan algunas averiguaciones acerca de cómo se ha quedado el CSIC -el Consejo Superior de Investigaciones Científicas- después de que le aplicasen las mal llamadas “reformas” que, en muchas ocasiones, parecen hacer honor a ese siniestro chiste gráfico publicado hace poco, en el que se veía a dos miembros del actual gobierno español sonriendo cual calaveras y diciendo “¿Que estamos vendiendo España?. Qué va. La estamos regalando”.

Pues sí, cada día España, gracias a esas políticas que nos predican -desde Alemania, por cierto- como imprescindibles, regala cientos, tal vez miles, de científicos a otros países de Europa o de América.

Pues sí, así está la cosa. Hacer Ciencia en ese país llamado España, hoy por hoy, es llorar -o emigrar- salvo para una casta de privilegiados instalada en determinadas instituciones -por ejemplo el departamento de Ciencia Política de la Complutense del que ha salido ese partido que, desafortunadamente, nos dicen es nuestra única esperanza- o caballeros y damas rentistas que lo mismo se podrían dedicar a la Ciencia que a degustar café tranquilamente en sus casas.

Si hablamos de la ciencia llamada “Historia”, el panorama ya entra en los terrenos de la alucinación.

Es lo que me pasó a mí este último lunes cuando, no sé por qué azar, vi parte de la serie que ahora ha sustituido en TVE a “Isabel”, “Víctor Ros”.

La verdad es que ya había oído hablar del personaje. Al parecer es un intento de hacer una especie de Sherlock Holmes a la española (la acción transcurre a finales del siglo XIX) y la serie -basada en varias novelas publicadas por un gran grupo editorial-, por los avances que vi de ella, parecía estar tan bien trabajada como otras producciones de TVE ambientadas en esa misma época. Caso de la película “Prim”, de la que hablé en otro correo de la Historia.

Vale, pues no. Me desengañé bien pronto. Y la verdad no me debería haber esperado menos del padre de la criatura, autor de una novela infame, “El valle de las sombras”, sobre la tragedia que fue la construcción del llamado “Valle de los Caídos”.

El aludido se llama Jerónimo Tristante y es profesor de Secundaria. De Historia, pensarán ustedes cándidamente… pues no, de Biología…

Y se nota. De inmediato. Véase, por ejemplo, un diálogo curioso entre Víctor Ros y otro de los personajes de la serie. Ros lamentaba, con cara contristada, que en Argentina los métodos policiales estaban mucho más avanzados -la acción transcurre hacia 1891- porque habían encontrado a un asesino gracias a sus huellas digitales. A eso añadía Ros, con honda pena, que “en cambio, en España…”

Esa es la visión, el conocimiento de la Historia de su propio país, que tiene este profesor de Biología creador de ese personaje. La de pensar que en 1891 España estaba más atrasada que una tribu de hotentotes sólo porque en Argentina se pone en práctica con éxito por primera vez la identificación criminal por huellas digitales…

El problema no es -se lo aseguro porque conozco a otros novelistas que escriben, con acierto, novela histórica sin ser historiadores- que el profesor Tristante sea biólogo. No, el problema es su falta de verdadero criterio histórico y el desprecio con el que su producto trata a los historiadores españoles y su trabajo, considerándolos prescindibles, totalmente superfluos, sin nada que enseñarle sobre cómo era exactamente la España de 1891. Veamos un ejemplo. Es obvio que el autor de “Víctor Ros” ni siquiera ha reflexionado sobre lo atrasada que podía estar también la Policía británica de 1891, deduciéndolo del escarnio que hacía de ella Arthur Conan Doyle a través de un personaje de la serie de novelas y relatos de Sherlock Holmes: el ineficaz, pomposo y aprovechado inspector Lestrade.

Circunstancia que debería conocer quien, al parecer, trata de emular a Conan Doyle pero lo único que hace es contarnos el mismo viejo cuento oxidado del Regeneracionismo noventayochista que, por cierto, ni siquiera fue tomado en serio en su propia época. Como sabrán si leen libros de Historia de España relativamente recientes en lugar de atender a sucedáneos adulterados como “Víctor Ros”.

Algo, leer Historia, que, desde luego, están bien lejos de hacer los responsables de esa serie. Es lo que deberíamos deducir del hecho de que, además de lo ya dicho, en el ¿documental? que seguía al episodio de este lunes aparecieran, explicándonos en qué consistían los desafíos entre caballeros de la época, aparte de un profesor de esgrima -lo cual tenía cierta lógica-, una persona cuyo mérito para eso era -se lo juro si quieren- ser, tal y como rezaban las letras sobreimpresionadas en la pantalla, “profesor de Ingeniería retirado”…

Hasta aquí la desesperanza y la amargura. Ahora vamos con ese pequeño rayo de esperanza del que hablaba en el título del articulo. Éste también lo trajo la televisión. Lo vi cuando retransmitían, en directo, en una cadena francesa, la ceremonia del 70 aniversario de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz. Entre los invitados distinguí a un político español honrando a los españoles que habían muerto allí, o en otros campos de la Muerte, prisioneros del Nazismo, o le habían sobrevivido.

Era el presidente del Congreso de los Diputados. Hacía así un gran gesto, al reconocer, aunque sea después de setenta años, que aquellos hombres y mujeres, muchos de ellos capturados combatiendo a aquel espanto histórico que conocemos como “Nazismo”, vuelven a ser españoles. Superando así, verdaderamente, el trauma histórico de la Guerra Civil de 1936 a 1939 con gestos como estos en los que la Derecha española no tiene reparo en reconocer -como cualquier Derecha que se considere democrática- que aquellos hombres, al menos en el momento en el que estaban encerrados en los campos de exterminio -que, en ocasiones, ellos mismos quisieron liberar antes de que llegasen los aliados-, lucharon, y murieron, por el régimen de libertades que ellos representan ahora.

Así quizás no sea tarde para que en España la Historia, y otras ciencias, no se vayan al garete -y detrás de ellas, no se hagan ilusiones, iría todo lo demás-. Así quizás algún día podamos ver series históricas en nuestra televisión pública en las que, en lugar de agredirnos y adocenarnos con caducadas lamentaciones noventayochistas, se explique, con conocimiento de causa, consultando a historiadores -y no a un profesor de Biología o a un ingeniero jubilado-, cuál es la Historia de la que procedemos, que es, para lo bueno y lo malo, más o menos, (muchas veces más que menos), la de uno de los países europeos más influyentes a lo largo de la Historia.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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