Por Carlos Rilova Jericó
Pues sí, dado el éxito obtenido por esa serie de TVE -“El Ministerio del Tiempo”- que juega con el tema de la Historia, supongo que parece imposible no hablar en este correo de la Historia de ese éxito de la cadena pública. Incluso en días como estos, en los que parece casi obligado hablar de otros temas. Por ejemplo de lo ocurrido el miércoles pasado en Túnez. De lo mucho que se juega allí para nosotros, no por casualidad, sino porque llevamos jugándonos mucho allí desde el siglo XV, cuando la corona española establece sus cabezas de puente en los llamados “presidios africanos” -Ceuta, Melilla, Orán…- continuando, sine die, el contraataque a la invasión musulmana iniciada en 711 después de Cristo.
Sin embargo, pese a la importancia de lo ocurrido -que, como ven, es sólo un episodio más de una lucha que no sabemos cuándo terminará-, me ha parecido muy difícil posponer una semana más un comentario sobre “El Ministerio del Tiempo”. Entre otras razones porque -por difícil de creer que parezca- lo ocurrido en Túnez carecería de importancia para un país con un criterio tan pobre sobre sí mismo como España, que es lo que, al fin y al cabo, vendría a revelar el éxito de una serie como “El Ministerio del Tiempo”.
En efecto, el cuadro de ese éxito es de lo más preocupante. Es la conclusión a la que no he podido evitar llegar después de ver la serie, los “Cómo se hizo” o leerme los más diversos comentarios sobre “El ministerio del Tiempo” que circulan en Internet, que, parece ser, es el lugar en el que reina de manera absoluta.
Uno de ellos me ha llamado poderosamente la atención. Lo firmaba David Redondo en una publicación digital de la Cadena SER y se titulaba “Razones para no renovar´El Ministerio del Tiempo´”.
El autor, como Homer Simpson en cierta ocasión, pretendía, por supuesto, ser sarcástico, y lo que en realidad quería decir era que la serie de los hermanos Olivares merece toda la consideración y múltiples elogios por ser innovadora, atrevida, audaz y por hablar de la Historia de España también en términos inéditos, audaces e innovadores. Buenos deseos que, sin embargo, él, el autor de ese panegírico, teme sean defraudados por una dirección de la actual cadena pública demasiado rancia y antigua para poder soportar tal avalancha de aire fresco sobre nuestra Historia en formato televisivo…
Y ahí es donde el historiador, anonadado, asombrado ente esa catarata de elogios -reflejada una y mil veces en multitud de comentarios muy parecidos- se echa a temblar, sintiéndose más solo que un campesino medieval en un bosque durante la más negra noche de un invierno de lobos.
En efecto, como se suele decir, si ese es el nivel… no hace falta que las banderas negras del ISIS ondeen sobre la Puerta de Europa en Madrid para darnos por perdidos.
Principalmente porque “El Ministerio del Tiempo”, visto con ojo crítico, tiene buenos actores y actrices, buenos chistes, buenos giros, pero innovador lo es más bien poco. A menos que consideremos innovador el tener como eje al Casticismo más pedestre. Un peligro contra el que ya advertía en su día uno de nuestros humanistas más respetados a nivel internacional -Julio Caro Baroja- y que se traduce en esta hoy famosa serie en, por ejemplo, afirmaciones de trazo tan grueso como comparar irónicamente las corridas de toros a las matanzas nazis de Auschwitz, señalando que si las primeras son malas… ¡qué habría que decir de las otras!.
Otro ripio casticista de esta serie, muy celebrado, además, por los que la consideran toda una innovación, sería otra “gran” frase de ese mismo subsecretario responsable del Ministerio del Tiempo: “¿Planes? Son vds. españoles, improvisen”…
Una actitud esa, todo hay que decirlo, que el equipo creativo de “El Ministerio del Tiempo” se estaría autoaplicando a rajatabla desde ese episodio 1, “El tiempo es el que es”, en el que se deja caer esa perla cultivada cuando se pregunta cómo impedir que los franceses de 1808 cambien el curso de la Guerra de Independencia. En principio ese planteamiento -¿qué hubiera pasado si España pierde la guerra de 1808 a 1814?- como punto de partida, sí sería innovador, sin embargo, nuestro gozo no tarda en ir al pozo cuando se descubre que -como era de temer- esta serie también ha ahorrado, como otras de TVE, en asesores históricos y el supuestamente innovador abordaje del tema explica la victoria española no por el esfuerzo de toda la nación -como estado refundado en los principios de 1789- al llevar a cabo la modernización y recreación de un Ejército capaz de enfrentarse y derrotar al mejor de Europa en la época -el napoleónico-, sino por la aparición del mítico “Pueblo en armas”, personificado en “El empecinado” del que, ahí queda eso, dependería que España ganase o perdiese en 1808. Nada menos…
Sin duda, “El empecinado” es un personaje muy simpático desde nuestro punto de vista, por su notable valor, por su afecto por el sistema liberal y constitucional, mucho más próximo a nosotros que el Absolutismo fernandino… pero simbolizar en él la decisiva -para toda Europa- victoria española sobre Francia, en 1814, es casi tanto como creer que el sargento Furia ganó, él sólo, la Segunda Guerra Mundial… Es escamotear, una vez más, a los españoles su Historia, ignorando, por ejemplo, documentos tan conocidos desde finales del siglo XIX como el “Diario de un patriota complutense”, en el que se da cuenta fehaciente del notable pero, aún así, limitado alcance de las acciones de Juan Martín. Inútiles a largo plazo, sin la nueva estructura militar creada desde 1810 por la Junta de Defensa Central, la Regencia y las Cortes y sin el buen hacer de miles de oficiales militares profesionales, que ganan la guerra como normalmente se suele ganar: con una mezcla de Estrategia, Táctica y Logística y no sólo a base de golpes de efecto de esos que dan bien en cámara, pero son más bien raros en la realidad histórica.
En fin, si semejante producto, que, según todos los indicios, tira más bien de argumentario de zarzuela y tebeo de posguerra, es toda una innovación peligrosa para la actual dirección derechista de TVE, tiemblo sólo de pensar qué es lo que querrá dicha dirección colarnos en su lugar como Historia homologada y aceptable de España para educar a las masas.
Así las cosas, no hará falta que, como en el poema de Kavafis, nos sentemos a esperar a que los bárbaros lleguen a nuestras puertas. Para entonces es probable que nuestro propio Casticismo, nuestra Endofobia -el odio, la burla, el desprecio ignorante hacia lo propio-, ya habrá acabado con nosotros. Como es de temer viendo la limitada capacidad de innovación de productos que, supuestamente, deberían ser eso, muy innovadores, y sacudirnos las telarañas de nuestra ignorancia histórica. Esa que, como saben muy bien los estados que luego nos sustituyen en las mesas de negociación europea, es lo primero que hay que eliminar de cualquier sociedad europea fuerte y que se quiera hacer respetar. Cosa que en España, de momento, tirios y troyanos, no parecen todavía ni siquiera plantearse, puesto que nuestras series más innovadoras no parecen capaces de ir más allá de un beso entre chicas, algún desnudo parcial digno de la época de Nadiuska y poco más. Bastante poco más que no sea recordarnos, por enésima vez, que tuvimos una Inquisición, que los afrancesados querían el avance y el progreso de España o que a Napoleón lo derrotaron los “guerrilleros” y otros lugares comunes sobre nuestro pasado a veces manidos, a veces simplemente falsos…