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Carlos Rilova

El correo de la historia

Russell Crowe y la Historia. La Primera Guerra Mundial y otras cosas vistas a través de “El maestro del agua”

Por Carlos Rilova Jericó

Pues sí, una vez más, me he aprovechado de la llamada “Fiesta del cine” y me fui esta semana pasada a ver una película que ya hacía tiempo tenía ganas de ver: “El maestro del agua”.

No tenía muy claro de qué iba esa película. Si hablaba, al igual que “Gallipoli” y otras sobre la expedición de tropas australianas y de Nueva Zelanda a los frentes de este hemisferio durante la Primera Guerra Mundial, o la acción ocurría acabada ya esa guerra.

Resulto ser lo segundo. La acción, en su mayor parte, se centra en el año 1919, aunque hay unos cuantos “flashbacks”, hacia el año 1915, cuando la “Gran Guerra” está en su punto más álgido. Sobre todo en esa pequeña península del Mar Egeo disputada por el Imperio Británico y el moribundo Imperio Otomano aliado de los alemanes.

Bueno, ¿y qué saqué de esa entrada de precio hiperreducido y un par de horas de cine?.

Pues lo primero y más importante, que “El maestro del agua” es una película algo inclasificable. Quizás porque Crowe, como director, quiere dar una visión que va más allá de esas películas que llamamos “de guerra”, aunque “El maestro del agua” puede ser considerada así, desde luego.

En la película hay romance, mucho romance. Entre el personaje que interpreta Crowe y una joven viuda de guerra turca, Ayshe (la actriz Olga Kurylenko), en cuyo hotel recala él para descubrir una Turquía que se debate entre la modernización y la vuelta a unas tradiciones islámicas que ya ni siquiera respetan -o solo lo hacen por interés personal- aquellos que no desean la modernización de su país. Como es el caso del siniestro cuñado de Ayshe, vestido pulcramente a la occidental -salvo por el fez con el que cubre su cabeza-, habitante de una casa con todas las comodidades europeas del momento, pero dispuesto a tomar como segunda esposa a Ayshe, tan sólo para adoptar a su sobrino como el hijo que no le ha dado la primera esposa y quedarse con el hotel de su cuñada.

Esa parte romántica queda también muy bien hilada en la película gracias a la imagen de cuento de hadas que tiene de Turquía el personaje de Crowe -un simple granjero australiano- gracias a sus lecturas de “Las mil y una noches”. Una imagen que no queda desmentida del todo cuando su barco llega tras semanas de viaje al Bósforo y el personaje de Crowe recuerda lo leído viendo recortarse contra el cielo de ese amanecer las cúpulas de las grandes mezquitas de Estambul. O cuando, llevado por el vivaz hijo de Ayshe, visita el interior de una de ellas: la llamada Mezquita Azul.

Tras eso, y mucho más metraje de la película, no debería quedarnos duda de que Crowe toma partido en esta historia de la Historia de la Primera Guerra Mundial por los turcos. Y más concretamente por los que quieren modernizar el país. Es decir, aquellos liderados por el general Mustafa Kemal, hoy conocido como Atatürk o “padre de los turcos”, que en esas fechas -en el año 1919, cuando el Mundo está siendo reordenado por los vencedores de la Primera Guerra Mundial- quieren revivir Turquía quitándole de encima el lastre muerto del Imperio Otomano que ha sucumbido, como sus aliados austriacos y alemanes, a la victoria aliada de 1918.

Eso lleva a “El maestro del agua” a una sesgada visión de los hechos. Casi maniquea. Algo que se ve con bastante claridad en la parte final de la película, cuando Crowe se ve metido en la guerra greco-turca que ha estallado en esas fechas.

De ese conflicto menor, poco conocido, uno más de los generados por el derrumbe de viejas estructuras políticas como el Imperio Austrohúngaro, el Otomano o el de los zares, se saca la impresión, tal y como lo cuenta la película de Crowe, de que los turcos seguidores de Kemal Atatürk son unas bellas personas y los griegos una turba de ogros, muy bien representada, casi rozando la caricatura, por los guerrilleros griegos que asaltan el convoy ferroviario en el que el personaje de Crowe avanza, hacia el interior de ese imperio que se desmorona, a la busca del único de sus tres hijos que ha sobrevivido a la campaña de Galípoli.

En efecto, esos guerrilleros griegos son unos salvajes pertrechados con armas de distintas épocas, vestidos con ropas sucias y ajadas, todas de color negro, cubiertos con unos turbantes no menos ajados y mugrientos, y que actúan como bestias sanguinarias, matando a diestro y siniestro en un país que antes, como recuerda el sargento del grupo de kemalistas con los que el personaje de Crowe viaja, era un país unido y en paz…

Sin duda, desde el punto de vista de la película, todo eso está muy bien. Tenemos unos “buenos” bastante obvios, unos “malos” más que obvios, aventura, romance, una bella causa a la que seguir o, tal vez, unirse en cuerpo y alma, pero desde el punto de vista histórico la cosa no está tan clara.

Sin duda la revolución de Mustafa Kemal evitó la formación en las puertas de Europa de un gran avispero islámico que podría haber revivido, acaso con el tiempo, la amenaza otomana que, en nombre de Alá, llega hasta las puertas de Viena en 1683. Una olvidada batalla en la que toda la Europa cristiana -desde España hasta los estados alemanes- actúa curiosamente unida frente a esa amenaza común. Pero la Historia turca, antes y después de Kemal Atatürk, no es tan hermosa, tan de “Las mil y una noches”, como Russell Crowe nos la cuenta.

Así es, Crowe olvida, parece que voluntariamente, detalles importantes. Por ejemplo que los griegos, para los cuales la guerra contra los turcos a partir de 1919 fue un verdadero desastre, tenían un Ejército, como no podía ser menos, totalmente europeizado, similar al de los turcos y los británicos. Independientemente de las bandas de irregulares en cuya maldad, aparentemente incomprensible, tanto se regodea “El maestro del agua”.

También parece que esa película olvida que, al menos una de esas mezquitas de Estambul que tanto fascinan al protagonista de la película, fue, en realidad, la basílica cristiana de Santa Sofía. Tras el asalto a esa ciudad, Estambul, que entonces se llamaba Constantinopla, en 1453, fue brutalmente desacralizada y reconvertida en mezquita por los turcos que toman la ciudad y liquidan el Imperio cristiano de Oriente. Al menos lo que quedaba de él tras las luchas entre los cristianos de rito romano y los de rito ortodoxo o bizantino.

Aún más importante, tal vez, es otro olvido en la película de Crowe. Es el caso de los armenios. Hay otros relatos mediáticos recientes que recuerdan precisamente eso en lo que no quiere entrar una película como “El maestro del agua”: que desde fines del siglo XIX y, sobre todo, durante y después de la Primera Guerra Mundial, ese pueblo fue víctima de un genocidio por parte de los turcos. Hay una viñeta de la novela gráfica “La gran catástrofe”, obra dedicada a reconstruir ese hecho monstruoso, que recuerda estremecedoramente ese detalle, cuando algunos armenios supervivientes son evacuados por un barco europeo que reconoce la señal internacional de su bandera izada para indicar “cristianos en peligro”…

Si van a ver “El maestro del agua” recuerden, por favor, esos detalles para entender mejor lo que cuenta y lo que no cuenta esa película sobre las consecuencias de la Primera Guerra Mundial que todavía hoy nos alcanzan. Sobre todo porque alguien dijo en la Europa de los años 30 esta frase terrible: “¿quién se acuerda ahora del genocidio armenio?”, y ese alguien se llamaba Adolf Hitler…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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