Por Carlos Rilova Jericó
Hoy, 31 de agosto de 2015, creo que es una fecha oportuna para que hablemos de un par de libros. Uno, como ocurría en el caso del llorado Francisco Umbral, es mío. El otro no. Empezaré por el mío, del que ya he hablado por aquí en alguna que otra ocasión. Para quienes no estuvieron atentos se titula “El Waterloo de los Pirineos”.
Como ya habrán deducido, habla de algo que una gran mayoría considera inverosímil. Es decir, que la batalla de Waterloo no fue sólo una batalla sino una campaña con múltiples operaciones y que alguna de ellas, además, tuvo lugar en la frontera de los Pirineos. Fue un costoso despliegue militar de cerca de 30.000 soldados de la corona española, en toda esa frontera que, ahora hace doscientos años -entrando por los pasos del Bidasoa y los catalanes-, diluyó definitivamente toda veleidad bonapartista en esa parte del mapa francés.
Cosa que lograron sin tener que matar a nadie. Una rara hazaña en la Europa de esas guerras napoleónicas que así tocaban a su fin verdaderamente y no en la batalla de Waterloo que, en realidad, sólo había sido el principio de ese fin.
En dicho libro, “El Waterloo de los Pirineos”, encontrarán todo un capítulo dedicado a la figura del general Castaños, a quien se describe ahí en sus verdaderas dimensiones históricas, tratando de enmendar el daño causado tanto por los complejos de inferioridad hispánicos, como por asociaciones de aficionados que han tratado de convertirlo en un símbolo de la opresión españolista sobre el “Pueblo Vasco”.
Un empeño en el que, de momento y hasta la fecha -bastaba con leer un artículo de opinión sobre el tema del profesor Fito Rodríguez publicado este sábado en “Gara”- dichas asociaciones echan el resto, como se suele decir, cada 31 de agosto, fecha de la destrucción de San Sebastián durante las guerras napoleónicas y de la que, con argumentos históricos más que débiles, han tratado de responsabilizar a dicho general, que debería ser conocido, más bien, por ser uno de los oficiales de la época napoleónica que, como los británicos en 1940, dio esperanzas a toda Europa de que el tirano que quería dominarla podía ser vencido.
Bien, hasta aquí una parte del problema que, si quieren -y espero que sí quieran- pueden resolver con sólo leer “El Waterloo de los Pirineos”. Ahora vamos a abordar otra faceta del mismo, menos localista, menos paleta si así lo prefieren, y por eso aún más grave, a través de otro libro.
En este caso se trata de un cómic -o, si lo prefieren, novela gráfica- titulado “¡Adelante!”. Los autores son un consagrado guionista francés, Frank Giroud, y un casi debutante dibujante, Javi Rey.
La historia que nos cuentan está ambientada entre 1794 y 1808 y relata la vida agitada de Ángel Talavera, muchacho hijo de un labrador relativamente rico que, a raíz de la invasión napoleónica de 1808, se convierte en jefe de partida guerrillera…
¿Supera esta obra los viejos tópicos orientalistas que los franceses -y Frank Giroud lo es- atesoran sobre la España culpable de que su primer imperio se fuera al garete?.
Hay que reconocer que sí. Ángel Talavera, personaje romántico y atormentado pero vitalista, como salido de un poema de Byron o de Espronceda, es un joven ilustrado que en la página 11 de “¡Adelante!” dice a su preceptor, el padre Fulco, convertido en cura “trabucaire” y parte de la partida de Talavera, que las ideas ilustradas y progresistas, en fin, revolucionarias, deben ser puestas en manos de los niños, las mujeres -como la bella guerrillera Pilar, que también es miembro de la partida- y de todos los peones y jornaleros de España…
Estamos, pues, ante un héroe simpático para la mayor parte de nuestra sociedad occidental, que lucha por la Libertad no sólo de España sino de todas sus clases sociales, emergentes en ese momento tras sufrir el impacto revolucionario de la llamada Guerra de Independencia.
¿Siguen así las cosas en las páginas posteriores de “¡Adelante!”?. Pues la verdad es que no. La verdad es que Frank Giroud ha escrito un folletín en el sentido más exacto de la palabra, inspirándose en la rica tradición folletinesca francesa en la que han participado plumas tan grandes, tan de la Historia de la Literatura Universal, como Alejandro Dumas, Víctor Hugo (ambos hijos de altos oficiales napoleónicos, por cierto) o el mismísimo Balzac, que publicó por entregas junto a nombres como esos -y otros aún menos conocidos como Ponson du Terrail- “El tío Goriot”.
Así las cosas, “¡Adelante!” tiene unas dosis de drama y agonías vitales – infidelidades, hijos secretos que pueden provocar terribles desenlaces, amores imposibles…- propias de todo lo que un buen folletín tiene que tener.
La Historia con “H” mayúscula que sirve de telón de fondo a esos avatares también sufre a causa de esa necesidad del autor de hacer encajar los hechos en un molde -el del folletín- a veces no muy dado a la fidelidad histórica.
Justo es decir que Giroud ha eliminado ciertas inexactitudes acerca de las guerrillas, consideradas por extranjeros y españoles decimonónicos -de Merimée a Pérez Galdós- más como bestias emergidas de una Naturaleza agreste y primigenia, que como seres humanos reales, parte de un mundo en el que se leían -o escuchaban- libros con ideas avanzadas y donde se les sometía a una intensa propaganda de guerra patriota de distinta sintonía política. Desde el reaccionarismo más encanallado al progresismo más revolucionario.
Así, la partida de Talavera no masacra sistemática y sádicamente a los prisioneros que hacen, que incluso tienen tiempo de reflexionar, como ocurre en la página 15 del libro, que si el emperador les había mandado allí para traer la Libertad al mismo pueblo que les vilipendia en las calles de Sevilla, quizás no deberían haber tratado de imponer esa Libertad a cañonazos…
Sin embargo, Giroud no puede evitar volver a los rancios y falsos tópicos sobre la Guerra de Independencia en muchas otras partes del libro.
El tema es particularmente sangrante cuando caracteriza al general Castaños, comandante en jefe del Ejército de Andalucía y protagonista de buena parte de “¡Adelante!”.
Para empezar el dibujante lo reconstruye con el uniforme caprichoso que se le impuso en el cuadro hoy famoso sobre la rendición de Bailén. Es decir, con un pantalón rojo que desentona con el resto de su uniforme del regimiento África. El que siempre quiso llevar en homenaje a esos hombres que, cuando estaban bajo su mando en 1794, le salvaron de morir por sus heridas en los combates en torno al Bidasoa con el Ejército revolucionario francés.
Por otra parte, Giroud hace de Castaños un hombre malcarado y enfermizamente mezquino. Cosa que en absoluto fue, tal y como sabemos por todo lo que se ha investigado, con seriedad, sobre él y que, una vez más, pueden encontrar perfectamente reseñado en “El Waterloo de los Pirineos”.
De hecho, el Castaños de Giroud es tan miserable que engaña a la partida de Ángel Talavera para que no puedan figurar como parte importante de la batalla de Bailén, remitiéndolos a operaciones de retaguardia…
Ciertamente no es que Castaños fuera un santo para estas cosas. De hecho, el modo en el que consigue el grado de Capitán General de Cataluña en 1815 demuestra que era un cortesano consumado y que apostaba fuerte en esa clase de intrigas, pero por lo que respecta a Bailén y el papel que asigna a los, por lo general, desorganizados e inexpertos voluntarios populares que se le presentan en julio de 1808, el relegar a partidas como la de Talavera no tenía más objetivo que impedir que sus integrantes fueran inútilmente masacrados o rompieran las líneas de combate patriotas al ser presa del pánico o por su incapacidad para obedecer órdenes reglamentarias. A ese respecto a Giroud, es obvio, le ha faltado la lectura de una obra fundamental sobre el tema como la del profesor Manuel Moreno Alonso.
Nos da pues Giroud una de arena y otra de cal con respecto a nuestra Historia de la Guerra de Independencia y el verdadero significado de Bailén. Se aproxima mucho más a la verdad en las impresionantes escenas dibujadas por Rey en la página 46 de la obra, donde podemos ver a la Artillería y la Infantería española destruir al Ejército napoleónico, demostrando que no son invencibles, llevando a todos los “pueblos oprimidos” -tal y como dice el Castaños de Giroud- un mensaje de esperanza, haciendo que “de Madrid a Tilsit” el sol brille de nuevo tras levantarse en Bailén.
Lo único que desentona en esa página es la reproducción del cuadro de Casado del Alisal que, como ya se ha señalado en más de una ocasión, representa una escena inverosímil porque coloca en un mismo lugar y tiempo a personajes que jamás coincidieron en él, estando en otras partes del campo de batalla.
Sin embargo el tono general y final de “¡Adelante!” nos devuelve a un panorama ciertamente deprimente. La conclusión final es que la aristocracia española se aprovecha del entusiasmo popular suscitado por la invasión de 1808 para dejar todo como estaba, condenando al anonimato, a la oscuridad histórica, a los que les salvaron de la invasión…
Nada menos cierto -ni más ofensivo- para los numerosos historiadores que trabajamos, arduamente, para reconstruir un episodio en el que España es punta de lanza de una revolución europea que toma el testigo de la francesa de 1789 y en la que hombres como Ángel Talavera escriben páginas y más páginas de Historia…
Las mismas que, mal que bien, nos han traído hasta un país más rico, más culto, más avanzado… que el que ellos tuvieron que defender en 1808.
El problema, naturalmente, es que nada hace quien puede y debe hacer algo para que falsos tópicos -como los que arrastran a esos errores a Giroud- sigan abundando y campando a sus anchas. Considerando que la Historia -y si es de España, más- es una “María”, una asignatura inútil en el mejor de los casos y molesta, muy molesta, en el peor de ellos.
Dicho queda, una vez más. ¿Servirá de algo?.