Por Carlos Rilova Jericó
Esta semana, este correo de la Historia vuelve sobre un tema en el que ya ha abundado alguna que otra vez. Es decir, el de las ucronías o historias contrafácticas. Un género cultivado, sobre todo, desde la Literatura, pero también desde prestigiosos nombres de la Historia profesional. Como sería el caso del profesor Niall Ferguson.
Todo esto, la Ucronía, la Historia contrafactual o alterna, tiene como denominador común la reflexión -con mayor o menor abundancia de Literatura- sobre esa pregunta que suele obsesionar al ser humano, tanto a nivel personal como colectivo: “¿qué hubiera pasado si…?”.
De eso, gracias -entre otros factores- al apoyo del IEEE de Madrid y a la hospitalidad de Kutxabank, vamos a hablar este jueves 25 en la planta cuarta del edificio Tabakalera de San Sebastián, a las siete de la tarde.
Lo harán socios de la Asociación de historiadores “Miguel de Aranburu” como el doctor Jorge Garris Mozota e invitados habituales de ella, como el especialista irundarra Fernando Insausti. Con esas conferencias daremos inicio a un esperado ciclo sobre la Guerra Civil, la Segunda Guerra Mundial y el Mundo posterior a ese conflicto que, al ritmo de una por mes (hasta el 28 de junio) tratarán de aspectos tan diversos como la Guerra Fría o la situación a la que nos enfrentamos hoy día, tras la caída de los regímenes soviéticos y la fragmentación del poder mundial entre varias potencias.
Pero el ciclo empezará así. Examinando qué fue la Segunda Guerra Mundial (el antecedente próximo de todo lo que nos afecta hoy día) y cómo podría haber evolucionado el Mundo si las cosas hubieran sido de modo distinto.
Personalmente, lo reconozco, a fecha de hoy, lunes 22 de enero de 2018, no sé con toda exactitud, el contenido de la intervención del doctor Jorge Garris, que tratará, precisamente, de eso. De qué hubiera pasado de ser otro el resultado de la Segunda Guerra Mundial.
Sólo sé que esas historias alternas sobre la Segunda Guerra Mundial y, sobre todo, acerca de su antecedente más cercano (la Guerra Civil española) son un tema aún poco -y mal- desarrollado en nuestro país y que, por lo tanto, merece la atención que le prestaremos el día 25 y hoy mismo.
Así, por ejemplo, en “Historia virtual”, la obra colectiva dirigida por el ya mencionado profesor Niall Ferguson, se revela un aspecto verdaderamente curioso de la mentalidad colectiva española actual, de eso que se ha llamado “la España de la Transición”. En la que, según parece, aún seguimos.
En efecto, el capítulo dedicado a imaginar qué hubiera pasado en la España de 1936 si las cosas hubieran sido distintas, es de una timidez extraordinaria. Como si su autor, el catedrático Santos Juliá, no se atreviera siquiera a imaginar una derrota del Ejército sublevado, prefiriendo dejar las cosas en un “¿qué hubiera pasado si…?”, en este caso no hubiera habido sublevación militar el 18 de julio de 1936.
Otro tanto ocurre en la “Historia virtual de España (1870-2004)”, dirigida por el profesor Nigel Townson. Ni él ni, otra vez, Santos Juliá, se atreven a imaginar en sus respectivos capítulos una España con una Guerra Civil ganada por el gobierno legítimo de 1936. Algo que, indudablemente, hubiera llevado a ese país, de cabeza, a la Segunda Guerra Mundial en el bando aliado y, finalmente, vencedor en 1945.
En la Literatura específicamente ucrónica elaborada en España sobre ese tema, los resultados son, cuando menos, peregrinos, quedando siempre el gobierno de 1936 en esas novelas o relatos como el gran perdedor ¡Incluso ganando la guerra a los sublevados!…
Todo eso, síntoma de una Historiografía deficitaria al servicio de una sociedad aún traumatizada por la Guerra Civil que estallo hace 81 años, quizás, hace necesario que, como invitación a acudir al ciclo que inauguramos este día 25 en Tabakalera, plantee en este nuevo correo de la Historia una propuesta audaz que ya he perpetrado tanto como autor -en un anterior correo de la Historia- como a título de editor independiente con “La Tercera República”. Acaso la única ucronía española en la que la República vence en 1939 y no por ello se desencadena ninguna catástrofe para España. Como la imposición de una dictadura prosoviética o el lanzamiento sobre Burgos de la primera bomba atómica.
Así pues, como parte de esa invitación al ciclo que iniciamos este jueves en Tabakalera, me adentraré, a partir de aquí, en el terreno de la Historia y la Literatura contrafactual sobre la Guerra Civil y la participación española en la Segunda Guerra Mundial. Abordándola desde unos parámetros en los que, de momento, obras como “La Tercera República”, la página de historias alternas de la Wikipedia o relatos de Historia contrafáctica como el que acompaña a este artículo, son tan sólo una inquietante excepción…
“Extractos del libro Del Día-D a las afueras de Berlín. El Séptimo Ejército español en la II Guerra Mundial, del profesor Carlos Nicolás Citadin. (Edición de la obra original en español por la Harvard University Press. Cambridge (Mass.), 2016).
Capítulo 12. “Era un mar de escombros”.
Para el inicio de este capítulo tomo una frase recogida del libro de memorias del capitán Ángel Domínguez, que fue publicado en 1965 -en el 20º aniversario de la toma del Berlín nazi- por las Prensas Universitarias Españolas en Madrid. Se trata -como sabrán quienes hayan leído ese documento- del relato de un militar profesional. Un veterano de la Segunda Guerra de Independencia española, con mucha Escuela de Guerra detrás y con unos conocimientos de Historia ávidos, enciclopédicos. A pesar de haber dedicado la mayor parte de su vida tan sólo al ejercicio de su profesión militar.
Esto hace a Domínguez un testigo de excepción de los acontecimientos ocurridos en Berlín a finales del invierno de 1945. El capitán Domínguez, autor de algunas pequeñas obras sobre las guerras napoleónicas y sobre la Segunda Guerra de Independencia española (la, a veces, designada más popularmente como “la del 36” o “Guerra Civil española”) es perfectamente consciente del momento histórico que está viviendo en esos momentos. Como historiador, como protagonista y como testigo de los hechos.
Su descripción del Berlín de 1945 es somera, pero exacta. La capital del Tercer Reich en los momentos en los que es alcanzada por las vanguardias del Séptimo Ejército español -del que Domínguez forma parte con la brigada mixta “Gaspar de Jauregui”- es, en efecto, un inmenso mar de escombros.
El capitán es consciente, también, de que el Ejército español ha recibido un honor nada común: el de formar parte de la vanguardia aliada que, convergiendo con las líneas del Ejército soviético que avanzan desde el Nordeste sobre Berlín, cerraría la tenaza sobre la capital de Hitler. Poniendo así fin a la Segunda Guerra Mundial en Europa.
En efecto, las tropas españolas fueron autorizadas, en esas semanas del fin del invierno de 1945, a poner en marcha la “Operación Mendizabal” sólo de manera excepcional y después de tensas discusiones entre el Alto Mando aliado acerca de cómo repartir los honores del último golpe contra el régimen nazi. Quienes hayan leído los trabajos de Antony Beevor sobre este período, ya sabrán de los celos de prima donna que el mariscal Montgomery proyectaba sobre el resto de generales aliados.
“Monty”, por razones distintas, estaba especialmente celoso de Patton y del general Vicente Rojo. Del primero tanto por su genio estratégico como por lo opuesto de sus respectivos caracteres. Del segundo no tanto por cuestiones de carácter (dada la amabilidad y bonhomía características de Rojo), como por el hecho de que el general español hubiera sido el primero en derrotar a las tropas nazis y fascistas sobre el campo de batalla, durante la exitosa ofensiva del Ebro y la Campaña Vasca en el verano de 1938. Eso, precisamente, es lo que llevó a Eisenhower (persuadido por Bradley) a conceder a los españoles -al menos a su Séptimo Ejército- el honor de ser las primeras -y únicas- tropas de los aliados occidentales que tomasen el sector Oeste de Berlín. Estableciendo la primera línea de demarcación frente a los soviéticos, de la que luego surgiría el tristemente famoso (y hoy derruido) “Muro de Berlín”.
A partir de ahí, el capitán Ángel Domínguez y los demás hombres de la vanguardia del Séptimo Ejército, se enfrentan a escenas dantescas. Berlín apenas tiene ya calles. Los bombardeos de aniquilación y represalia ejercidos por la RAF, la USAAF y la FARE, han arrasado todo Berlín. Si algo ha quedado en pie, ha sido borrado -días, horas, antes de que los españoles entren en la ciudad- por la Artillería de campaña soviética, que ha piloneado la capital nazi desde el Este, a medida que avanza sobre ella. Entre ese mar de escombros, los vehículos de la brigada de Domínguez, deben abrirse paso en combates callejeros que, como dice el capitán, le “Recuerdan a una especie de Sitios de Zaragoza a la inversa”.
Ante él, desde luego, no están los patriotas españoles de 1808, sino los últimos fanáticos nazis. Las Juventudes hitlerianas y los SS, acompañados de la cochambrosa Volkssturm (compuesta de carne de cañón integrada por mutilados y hombres de edad demasiado precoz o avanzada para ser movilizados) y por integrantes de la mermada Legión Azul española, formada por un proscrito Francisco Franco que -sólo in extremis- había conseguido en 1938 escapar de la derrota y un previsible fusilamiento gracias a la “Operación Dynamo”. Organizada en marzo de 1939 por la Kriegsmarine nazi para evacuar, por los puertos de Bilbao y Pasajes, a los restos del ejército sublevado contra el gobierno español en 1936. Algo, ese encuentro con el viejo enemigo, que abre viejas heridas entre las filas del Séptimo Ejército español, trayendo ecos de la “guerra del 36”…
El capitán Domínguez y otras fuentes no ocultan las ejecuciones sumarias que algunos hombres del Séptimo Ejército ejercerán sobre los miembros de la Legión Azul. A pesar de que se han rendido… No podemos ignorar, sin embargo, que el mismo Domínguez y muchos otros oficiales españoles paralizarán en seco esos desmanes.
Especialmente elocuentes son las palabras del propio Domínguez, que tendrá que apuntar su carabina M-1 -aún humeante tras el combate frente a un grupo de SS, piso a piso, en una casa de Unter den Linden- contra uno de sus propios hombres que estaba a punto de matar a un jefe de escuadra de la Falange española capturado en el último piso de esa casa con la munición agotada: “le dije al cabo, lo recuerdo muy bien, aunque como en un sueño: “quieto o te abraso. Nosotros no somos como esta gentuza ¿Qué buscas? ¿Otro Paracuellos?”.
A partir de ahí, las memorias del capitán Domínguez se adentran en el terreno de la Épica, al recordar los últimos combates en torno a las escalinatas de la Cancillería del Reich. Con los hombres del Séptimo Ejército parapetados tras sus vehículos blindados, agotando cargador tras cargador de la munición de sus M-1 americanas contra las filas de uniformes negros de los SS que defendían ese último reducto y cargarán a la desesperada contra los blindados y semiorugas españoles entonando el Horst Wessel Lied. Todo ello en un esfuerzo tan inútil como estúpidamente melodramático (muy en la línea habitual del Tercer Reich) por romper una formación que ya les superaba en una proporción de cinco a uno.
Más adelante, como ya sabemos por otras fuentes, esa épica se mezclará con la más simple Política. Cuando Manuel Azaña y el presidente Juan Negrín acudan a Berlín para celebrar los preliminares de la fundación de la ONU -organizando, in situ, la futura Conferencia de Madrid- y remeden, ante una nube de fotógrafos oficiales de todo el Mundo, el momento en el que el capitán Ángel Domínguez y un grupo de cinco hombres tomaron la azotea de la Cancillería y alzaron sobre ella la bandera tricolor española en un acto cargado de un enorme simbolismo. Uno que, todavía hoy, más de sesenta años después, es todo un icono de la Historia de la Segunda Guerra Mundial y del comienzo de la Guerra Fría. Pues, como no pasó en absoluto desapercibido, en el acto estaban Eisenhower y Churchill, pero ningún delegado soviético, dejando así claro el disgusto de la URSS por la evolución política española a partir de 1938 (…)”.