Por Carlos Rilova Jericó
Como me lleva ocurriendo con frecuencia desde el año 2012, cuando este blog (bajo otro marchamo que el de “Un paseo por el pasado”) echó a andar, me ha costado decidirme a la hora de escoger un tema para este lunes.
La exitosa huelga de mujeres de este 8 de marzo habría sido un buen pretexto para hablar de un libro muy recomendable: “Valerosas”. Se trata de un cómic (no confundir, como les ocurre a los legos en la materia, con los libros ilustrados) dedicado a recopilar en un formato ágil -pero bien documentado- la Historia de distintas mujeres. Una que, por supuesto, es todavía mucho menos conocida que la de los hombres de sus respectivas épocas. Sin embargo (y sin perjuicio de volver en otros correos de la Historia sobre los distintos volúmenes de “Valerosas”) he sentido la necesidad, urgente, de hablar de otra clase de Literatura que reflexiona sobre el pasado, el presente y un futuro tal vez inquietantemente próximo. Cosas todas que, como decía un maestro en esta ciencia como Marc Bloch, deben preocupar por igual a un historiador.
Se trata de una novela corta, “Los centinelas del tiempo”, de Javier Negrete. Forma parte de un curioso libro titulado “Mañana todavía” descrito como una recopilación de “Doce distopías para el siglo XXI”. El libro, ciertamente, cumple con lo que promete, porque en él distintos autores aparte de Javier Negrete (por ejemplo, la prestigiosa Rosa Montero) describen futuros más o menos cercanos en los que la sociedad humana ha tomado un rumbo nefasto, distópico. De pesadilla con respecto a los valores que, al menos en el mundo occidental, nos sustentan desde hace 200 años.
El mundo que describe Javier Negrete en esa magnética novela, no se diferencia apenas de nuestro presente. Así es. El escenario de “Los centinelas del tiempo” es una pequeña ciudad española en la que lo único llamativo, a primera vista, es su nombre: Tarpeya. Como la roca desde la que los romanos, en tiempos de su República, arrojaban a asesinos y traidores como método de ejecución.
El resto de Tarpeya no se diferencia en mucho de lo que hoy podría ser Alcobendas, San Sebastián, Gijón… Sólo hay algunos pequeños avances tecnológicos que, probablemente, sean realidad en cuestión de pocos años. Por ejemplo, las rolltablets o los lectores de metapapel. Es decir, una especie de e-books que forman una hoja de eso, de metapapel, con el simple movimiento del dedo haciendo el gesto de pasar las páginas. Más allá de eso, en Tarpeya no hay nada que sea distinto a nuestra realidad actual. No en el aspecto tecnológico. Pero sí en el uso que se hace de esa tecnología. Ahí “Los centinelas del tiempo” sí entra de lleno en la distopía.
Y el mundo distópico que describe Javier Negrete en esas páginas interesa especialmente al historiador. O a cualquiera interesado por la Historia.
Básicamente lo que describe “Los centinelas del tiempo” es uno de esos procesos de degradación social que llevan a la forja de una dictadura. En este caso se trata de una dictadura más o menos benevolente, basada en ese “Fascismo blando” perfilado en obras como la de Naomi Wolf, pero que, sin embargo, para tener éxito, debe controlar y deformar el pasado. Es decir, la Historia.
En esto “Los centinelas del tiempo” parece aferrarse al axioma fundamental de la distopía por excelencia. Es decir, el “1984” de George Orwell, donde los tres superestados totalitarios que dominan el Mundo, postulan que quien controla el pasado controla el presente.
Los métodos de los que se vale la difusa organización política que domina el mundo de pesadilla en el que existe Tarpeya y todo lo que la rodea, se basan en imponer, por medio de la tecnología (en este caso la de teléfonos móviles muy similares a los de nuestra realidad) una versión demencial y exacerbada de eso que se ha llamado lo “políticamente correcto”. De ese modo, los alumnos de la institución de enseñanza en la que se desarrolla la mayor parte de la novela, viven y se mueven entre atroces “palabros”.
Así, por ejemplo, no hay alumnos sino “personas alumnas”, no se pueden hacer comentarios como “vaya rollo”, pues el móvil personal rápidamente advierte por medio de una “app” de lo inapropiado de ese comentario hipercrítico. Asimismo, el protagonista de la novela, un tímido chaval de 12 años que, como todos a esa edad, está descubriendo las cosas importantes de la Vida, no se atreve, por miedo a esas sanciones vía móvil, a mirar a “personas alumnas femeninas estéticamente bastante compensadas”. Es decir, traducido a lenguaje humano (todavía) normal: compañeras de estudio dotadas de cierta belleza física.
La conclusión lógica de Javier Negrete, es que una sociedad basada en esa dictadura de lo políticamente correcto, necesita destruir un pasado que odia, una Historia en la que no puede reflejarse, traicionando así los fundamentos de todo lo que supone el elemento básico de la Historia como ciencia. Es decir, no interpretar el pasado con los ojos, la mentalidad y los valores de un presente que desciende de él pero es ya, por evolución lógica, muy diferente.
De esa premisa surge que, en otras áreas de ese mundo de pesadilla dominadas por facciones aún más radicales que las del Occidente de tradición cristiana e ilustrada -en lo que equivale a nuestro mundo islámico- se destruya, por ejemplo, la pirámide de Keops…
La razón, la lógica de esa destrucción, que llega hasta Tarpeya vía telediario, es sencilla: “la persona que preside” Egipto en esos momentos ha decidido que esos monumentos no son parte de la tradición islámica que él representa, por lo que deben ser eliminados como restos de una época pagana.
Lo peor del caso, es que defender la existencia de esos monumentos ya se ha vuelto inviable en Occidente, pues la nueva Ortodoxia que domina el mundo en el que existen sociedades como la de Tarpeya (esa pequeña ciudad española-tipo dominada por ridículos -pero aun así peligrosos- fanáticos de la corrección política) considera imperialista ordenar a las “personas egipcias” nada con respecto a la conservación de ese patrimonio histórico. Palabra -“patrimonio”- que, por cierto, también está “desaconsejada” en esa dictadura de la corrección política, porque revela sumisión a una visión patriarcal del Mundo…
Sin duda “Los centinelas del tiempo”, como toda buena obra de ciencia-ficción (“Eso no puede pasar aquí”, “Un mundo feliz”, “Fahrenheit 451”…), lanza una seria advertencia sobre un futuro próximo en el que una sociedad abierta, incluso bien intencionada, deseosa de impartir Justicia e Igualdad a todos sus integrantes, sacrifica la Libertad y acaba deslizándose hacia una dictadura repugnante.
Como todas ellas basada en la mentira, en una sabia administración del miedo que paraliza y acobarda toda disidencia frente a quienes, con toda desfachatez, convierten las leyes y normas democráticas en un juguete al servicio de sus intereses personales más mezquinos y miserables (sed de poder absoluto, principalmente).
Tal y como reconoce, algo tarde quizás, una de las protagonistas de “Los centinelas del tiempo”, Luisa. Una profesora de mediana edad que descubre que callar y otorgar sólo ha servido para que los nuevos bárbaros armados de su “jerga estúpida” destruyan toda una biblioteca. Justificando ese acto de salvajismo bajo cuestiones de una supuesta eficacia económica y para, también supuestamente, proteger a toda una sociedad de sus propias raíces históricas, de su pasado, de aquello que, como la memoria en cada ser humano individual, la dota de sentido y de fundamento.
Todo esto hace de esa magnífica novela, que maneja con mano maestra las variables del pasado, de nuestro presente y de un futuro próximo e incierto, una recomendable lectura para reflexionar hacia dónde podría estar derivando una sociedad como la nuestra. Una que caminaría por un muy mal camino al tratar de edificar las bases de una convivencia más amable y viable sobre la manipulación o la vaporización orwelliana de la Historia. Sólo para empezar…