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Carlos Rilova

El correo de la historia

¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! La crisis del Aquarius. Ficción, Historia y realidad

Por Carlos Rilova Jericó

caratula-de-la-pelicula-de-1973-basada-en-la-novela-hagan-sitio-hagan-sitioIncluso para los historiadores -que se supone vivimos mirando siempre al pasado- resulta muy difícil sustraerse a la enésima -pero no por eso menos grave- crisis de refugiados que está conmoviendo desde hace casi dos semanas los pilares de la Unión Europea.

El detonante de la misma, como ya sabrán, ha sido el -por desgracia- hoy famoso navío Aquarius, que, transportando una carga de emigrantes subsaharianos, ha sido rechazado en puertos de la Unión Europea. En concreto los italianos (por orden de su gobierno) y recibido finalmente en puertos españoles. También por orden del nuevo gobierno de ese país.

Esto ha llevado a diversos encontronazos entre el presidente español y el italiano a cuenta de esta cuestión, por el airado papel en el que España estaba dejando a Italia.

La cosa ha adquirido tal cariz de gravedad, que este jueves pasado se discutía acaloradamente en Bruselas sobre esta cuestión en una reunión del más alto nivel, con la presencia de la siempre conspicua canciller alemana, el presidente de la República francesa y los dirigentes de los demás estados socios implicados.

El resultado de esos debates y reuniones, como -por desgracia- es habitual en estos casos, ha resultado bastante poco claro. Con un lenguaje sinuoso, se ha hablado de arreglar el problema, pero, como es habitual en lo que esos dirigentes hacen finalmente público, la cuestión ha quedado básicamente como estaba.

En pocas palabras: la todavía opulenta Europa se niega a recibir refugiados. Y si lo hace es con muchas restricciones, en unas condiciones que no son precisamente para dar a ninguno de sus responsables un premio Nóbel de la Paz y, finalmente, lo que quiera que se haga, se hará con la cerrada oposición de los partidos populistas y xenófobos que, como la Liga Norte italiana (impulsora de la crisis con sus negativas al Aquarius) empiezan a ocupar, de manera preocupante para los amantes de la democracia a la europea, el espacio político de la Unión.

Desde el punto de vista histórico, lo cierto es que para los historiadores actuales que, al fin y al cabo, somos, en general, gente apacible, aburguesada y de tendencias políticas más bien liberales, el panorama que ha dibujado esta enésima crisis de refugiados africanos, no puede, en efecto, ser más preocupante. Y lo peor es que ya estaba anunciado. Y desde hace tiempo.

En efecto. Se ha escrito poco desde el punto de vista de la Historia general (otra cosa es desde el de la Historia de las religiones) sobre los profetas y su especial don. Y es una lástima porque, en efecto, incluso más allá de las páginas de libros sagrados como la Biblia, hay gentes dotadas si no del don de la profecía en términos estrictamente religiosos, sí de cierta clarividencia con respecto al curso que pueden seguir los acontecimientos en cuestión de pocos años, de décadas.

Ese extraño honor se puede atribuir, durante los últimos 150 años, a los llamados escritores de ciencia-ficción. No creo que sea necesario recurrir, una vez más, al ya muy comentado talento de Julio Verne. Capaz de imaginar, a mediados del siglo XIX, bastantes cosas que luego se han ido convirtiendo en una realidad cotidiana. Es un ejemplo evidente.

Quizás menos evidente, por menos comentado, es el caso de Ray Bradbury, que vivió y escribió más o menos un siglo después de Verne. A mediados del XX. Si han leído su “Fahrenheit 451”, quizás ya sepan de qué habló. Bradbury intuyó a mediados de los años 50 del siglo pasado, una sociedad ensimismada, idiotizada por la incapacidad de cultivar el acto -tan natural, tan humano después de todo- de leer.

El entretenimiento que daba antes la lectura, había sido sustituido en esa sociedad imaginada por Bradbury, por gentes que se divierten sólo con pequeños auriculares acoplados a sus orejas, donde escuchan una música insulsa y bastante banal. Otra de las fuentes de entretenimiento en esa sociedad distópica, es una Televisión omnipresente en cada rincón de la casa a través de distintos monitores que ocupan paredes enteras, donde una sedicente familia televisiva organiza vacuos debates para entretener a un público embobado con el que interactúan falsamente.

Seguro que todo esto les suena. Y no precisamente por haberlo visto en la pantalla de un cine… Bien, pues no es lo único que les debería sonar de décadas antes.

Otra novela similar a “Fahrenheit 451”, escrita como ella a mediados del siglo XX, describía con bastante precisión lo que ahora mismo estamos viviendo.

Su título era “¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!” y su autor era Harry Harrison. La novela describía un mundo hipersuperpoblado -el nuestro, el de comienzos del siglo XXI- en el que los recursos materiales, por tanto, eran cada vez más escasos.

La cosa llegaba -en esa ficción- al punto en el que ni siquiera los países ricos habían sido capaces de mantener un sistema de bienestar para la mayor parte de sus ciudadanos.

La acción, de hecho, transcurre en unos Estados Unidos donde el panorama es el de cualquier país de esos que ahora describimos como “del Tercer Mundo” o subdesarrollados.

El escenario principal es una Nueva York donde, salvo por unas cuantas jaulas de oro para los cada vez más escasos millonarios, el resto de la población vive en unas condiciones efectivamente tercermundistas.

La trama de la novela gira en torno a un misterio policíaco, propio de la novela negra, pero sobre ese decorado se despliega una sociedad en la que esos escasos millonarios viven en torres de estilo neofeudal, similares a castillos medievales. No por un capricho estético, sino para defenderse mejor de una población empobrecida que no tiene demasiadas estructuras políticas en la cabeza -el empobrecimiento social parece haber empezado por ahí, por empobrecer la mente colectiva-, pero que, impulsada por el hambre, por lo poco que tiene que perder, tiende a amotinarse y causar disturbios cada vez más numerosos. A duras penas controlados por una raquítica línea de contención.

La de unos cuerpos de Policía cada vez más represivos, integrados por profesionales que sólo están un poco mejor situados en esta terrible escala social con respecto a esas masas cada vez más desesperadas y hambrientas. Unas que viven lejos, muy lejos de la verdadera comida -reservada para esa clase de millionarios neofeudales y sus harenes particulares- y son alimentados con un producto sintético, el Soylent, que guarda la clave -terrible clave- de la trama de asesinato de la novela y explica, a su vez, en qué clase de mundo monstruoso se ha convertido ese que Harrison -con buen criterio- no sitúa en un futuro muy lejano, sino prácticamente a la vuelta de la esquina.

El nivel de acierto de “¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!” es, por desgracia, bastante elevado. El empobrecimiento de las clases medias es ya hoy una realidad patente en nuestras sociedades. También lo es el descenso de la calidad de lo que comemos -aunque no al nivel escalofriante del Soylent- y que la comida de calidad -biológica- es casi un capricho para ricos.

Desde luego, Harrison también acertaba con el problema de la superpoblación, que no ha parado de multiplicarse exponencialmente desde que él contemplaba esa problemática hace 50 años. Tampoco ha dejado de acertar en las consecuencias que esa superpoblación iba a tener para una sociedad administrada según los criterios de grandes empresas, como la que fabrica el Soylent: cada palo -por así decirlo- debía aguantar su vela y a quien le fuera mal según los dictados del mercado controlado por esas grandes empresas, pues… mala suerte.

Sólo les quedaría tratar de asaltar los pocos países europeos que aún mantenían cierto nivel de bienestar -en este caso, por ejemplo, una Dinamarca encerrada tras alambradas y legiones de guardias fronterizos con órdenes de tirar a matar- o, por lo menos, a los antiguos países ricos donde, mal que bien, se distribuía Soylent a las hambrientas masas autóctonas.

Seguro que todo esto les suena, ¿verdad? Y no, no es porque han visto la película “Cuando el destino nos alcance”, que en los años setenta del siglo pasado popularizó la novela de Harry Harrison.

¿Fue “¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!” una novela profética? Creo que en parte sí. Pero también creo que todavía estamos a tiempo para hacer que sólo sea una novela de ciencia-ficción más… que es lo que debería ser en un mundo que realmente funcionase adecuadamente y no de acuerdo a una economía tan depredadora como suicida si la contemplamos en perspectiva histórica.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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