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Carlos Rilova

El correo de la historia

Algo de Historia de la Televisión y algo de Historia a través de la Televisión

Por Carlos Rilova Jericó

portada-de-uno-de-los-comics-basados-en-la-serie-daniel-boone-1968-la-coleccion-redingLa causa primera de este nuevo correo de la Historia ha sido que ya casi no veo la Televisión.

Para mí, ha sido una decisión gradual en los últimos dos años. Puede que en otros países occidentales haya todavía alguna programación de calidad, que haga que merezca la pena conectar el monitor para ver lo que se proyecta en pantalla, pero en nuestro entorno más inmediato, salvo muy escasas y honrosas excepciones -algunos magazines, informativos locales…- no encuentro nada de eso.

Por el contrario, hay canales que repiten, casi a todas horas, unos formatos muy agresivos, deprimentes. Con esas famosas tertulias en las que las mismas personas -o casi- saben de todo, opinan de todo y, sobre todo, lo expresan a un volumen de voz insoportablemente estridente y que, la verdad, hace que se pierda el poco interés que se podía tener en ver programas de los que no se saca nada en claro, no resuelven ningún problema colectivo grave (al contrario, sólo se habla, una y otra vez, de ellos) y se extrae una visión del Mundo más que levemente neurótica.

Así pues, hoy por hoy, sólo uso los monitores de Televisión de que dispongo para ver películas y, sobre todo, series. De ellas voy a hablar hoy (sin ánimo, por supuesto, de invadir el terreno de Lorenzo Mejino…).

Concretamente hablaré de dos de ellas -“Daniel Boone” y “La dimensión desconocida”- que conocí en mi cada vez más lejana infancia y que, gracias al excelente servicio de bibliotecas que disfrutamos en San Sebastián, he podido recuperar y sacar de la nebulosa de los recuerdos.

La razón para hablar de ellas, de esas dos series, es, claro está, y como no podía ser menos, el manejo que hacen de determinadas cuestiones históricas en una época -la de los conservadores Estados Unidos previos a la conmoción de 1968- en la que se podría haber esperado un uso más ramplón de esas temáticas.

Confieso que me sorprendió -gratamente- descubrir en uno de los episodios de la primera temporada de “Daniel Boone” -en 1964- la cruda información histórica que se ofrecía a los telespectadores norteamericanos en el episodio titulado “Pompey”.

Ese capítulo de la serie, visto en perspectiva, era todo un desafío para una sociedad norteamericana donde la supremacía blanca en muchos de sus 50 estados seguía -y siguió- siendo una cuestión cuando menos controvertida.

En efecto, el título de “Pompey” hacía alusión a un esclavo de raza negra que se fugaba y era ayudado en su fuga por el héroe que daba nombre a la serie que -vagamente- se basaba en el Daniel Boone histórico.

Años antes de que Alex Haley impusiera con “Raíces” otra clase de visión sobre cuestiones que hoy nos parecen -salvo casos extremos- totalmente aceptables, el esclavo de la serie “Daniel Boone” rechazaba el nombre -Pompeyo, “Pompey”- impuesto por su amo blanco, se negaba también a dejarse aculturar por los blancos y, de hecho, acababa integrándose entre los nativos americanos que, curiosamente, en esta serie también escapan a los típicos tópicos habituales en los medios audiovisuales norteamericanos de aquella época. Esa en la que la segregación racial (en favor de la supremacía blanca) tenía carta de naturaleza tanto legal como cultural.

De hecho, uno de los protagonistas de la serie, Mingo, era un mestizo medio cherokee medio británico, que hablaba en un perfecto inglés de Oxford. Universidad en la que, según el guión de la serie, había estudiado. Obviamente por deseo de su acaudalado progenitor que, sin embargo, no había podido evitar que el vástago retornase al mundo “salvaje” tras esos estudios…

Sin embargo, los desafíos históricos de “Daniel Boone” no paraban ahí, en esas vueltas de tuerca a la Historia predominantemente blanca, anglosajona y protestante que fue uno de los ejes principales de la América anterior a la revolución de 1968.

En efecto, en el episodio de “Pompey” no sólo se convertía en héroe a un cimarrón negro que se negaba a aceptar la supuestamente superior civilización blanca. Los guionistas tenían además la osadía de introducir una figura aún más inquietante para un público televisivo al que, en principio, siempre se le ha supuesto poca audacia intelectual y mucho conformismo y adocenamiento.

Esa figura en concreto, era algo común en las colonias británicas de Norteamérica: los esclavos blancos. Su status legal solía ser sólo levemente superior al de los esclavos negros capturados en África y comercializados en las Antillas españolas o en la Costa Este de los actuales Estados Unidos.

Eran, tal y como se relata en ese episodio de “Daniel Boone”, blancos pobres que se pagaban el pasaje a la supuesta tierra de promisión que era América, ofreciéndose como trabajadores sin sueldo a los terratenientes ya asentados en América…

Sin duda es algo sorprendente que una serie como “Daniel Boone”, que, en principio, no parecía tener más aspiraciones que entretener a las familias medias norteamericanas de aquellos años todavía muy conservadores, ofreciera sin mayores problemas esos contenidos históricos tan inquietantes. De hecho, desafiantes para una sociedad donde el matrimonio interracial era ilegal en 16 estados o la segregación contra los negros se contemplaba -en buena parte de esa gran nación- como algo natural. Imprescindible para el buen funcionamiento de una sociedad supuestamente civilizada.

Pero esa inesperada -e inesperable- actitud tan rebelde como didáctica en un medio -la Televisión- acusado, siempre, de ser adocenado, ramplón y a retaguardia de todo avance social, no era un caso aislado en aquel lugar y época.

En efecto, otra magnética serie televisiva de aquellos Estados Unidos, “The Twilight Zone” (conocida en España como “La dimensión desconocida”), también perpetraba alardes similares entre 1959 y 1963.

El cuarto episodio de la cuarta temporada de la serie, titulado “Está vivo”, por sólo poner un ejemplo, resultaba verdaderamente provocador. En él, un joven Dennis Hoper -años después ícono de la América hippie por su papel en “Easy Rider”- interpretaba a un neonazi norteamericano que trataba de revivir -incluyendo correaje y camisas pardas- la pesadilla del Tercer Reich en Estados Unidos.

Rod Serling, el creador y principal guionista de la serie, luchador incansable contra la censura en Televisión, utilizaba una trama apenas fantástica para confrontar a los espectadores medios norteamericanos -que veían esa serie los sábados por la noche- con una inquietante realidad. La de la presencia de las semillas del Fascismo en particular -y el Totalitarismo en general- en sociedades supuestamente vacunadas contra esos horrores.

Y Serling apostaba fuerte en ese episodio. No se quedaba en la relativamente tranquilizadora idea de que cosas así, eran sólo propias de fantoches vestidos con gorras, correaje y camisas pardas.

Por el contrario, los últimos compases del episodio advertían que el fantasma de Adolf Hitler que se manifestaba a lo largo de todo el episodio como una presencia real, podía reaparecer en cualquier sitio. Por ejemplo, allí donde se atacase a una raza o a un individuo previamente aislado sin ninguna razón aparente. Allí donde pobres diablos -como el Peter Vollmer interpretado por Dennis Hoper- trataban de justificar sus déficits de carácter y frustraciones personales buscando un enemigo exterior, una víctima propiciatoria, para acaparar poder entre masas idiotizadas, fanatizadas o previamente atemorizadas por la amenaza de sufrir un tratamiento parecido al aplicado sobre esas víctimas…

Así las cosas, documentos televisivos como estos demostrarían que el problema con la Televisión no sería tanto el medio en sí, sino las manos en las que ha acabado cayendo. Degradándose paulatinamente desde esa época dorada de la Televisión -como algunos la han llamado- hasta la -bastante- triste situación actual, que convierte series como las aquí mencionadas en un verdadero oasis intelectual y en una grata invitación a no ver prácticamente nada más en un monitor de Televisión.

Siquiera sea por una mera cuestión de higiene mental y de eso que ahora llaman “crecimiento personal”…

 

 

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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